Las cosas que no nos dijismo (libro)
Walsh, su padre. Walsh es un brillante hombre de negocios, pero siempre ha sido para Julia un
padre ausente, y ahora llevan más de un año sin verse. Como Julia imaginaba, su padre no
podrá asistir a la boda. Pero esta vez tiene una excusa incontestable: su padre ha muerto.
Al día siguiente del entierro,Julia recibe un extraño paquete y descubre que su padre le ha
reservado una última sorpresa, la más extraña y rocambolesca que se pueda imaginar.
Gracias a ella, Julia se embarcará en el viaje más extraordinario de su vida. Un viaje que la
llevará a descubrir un pasado inesperado y le permitirá conocer a ese hombre que fue su
padre, con el que quedaron tantas cosas por decir.
Marc LevyLas cosas que no nos dijimos
ePUB v1.0
Fanhoe y Mística 06.09.11
A Pauline y a Louis
Hay sólo dos maneras de ver la vida:
una como si nada fuera un milagro
y la otra como si todo fuera milagroso.
ALBERT EINSTEIN
1
—Bueno, ¿qué te parece?
—Vuélvete y deja que te mire.
—Stanley, llevas media hora examinándome de pies a cabeza, ya no aguanto ni un minuto más subida
a esteestrado.
—Yo lo acortaría un poco: ¡sería un sacrilegio esconder unas piernas como las tuyas!
—¡Stanley!
—Cariño, ¿quieres mi opinión, sí o no? Vuélvete otra vez para que te vea de frente. Lo que yo
pensaba, no veo diferencia entre el escote de delante y el de la espalda; así, si te manchas, no tienes más
que darle la vuelta al vestido... ¡Delante y detrás, lo mismo da!
—¡Stanley!
—Esta idea tuyade comprar un vestido de novia de rebajas me horripila. Ya puestos, ¿por qué no lo
compras por Internet? Querías mi opinión, ¿no?, pues ya la tienes.
—Tendrás que perdonarme que no pueda permitirme nada mejor con mi sueldo de infografista.
—¡Dibujante, princesa! Señor, cómo me horroriza el vocabulario del siglo XXI.
—¡Trabajo con un ordenador, Stanley, no con lápices de colores!
—Mi mejoramiga dibuja y anima maravillosos personajes, de modo que, con ordenador o sin él, es
dibujante y no infografista; ¡parece mentira, todo tienes que discutirlo!
—¿Lo acortamos o lo dejamos tal cual?
—¡Cinco centímetros! Y ese hombro hay que rehacerlo, y el vestido hay que meterlo también de
cintura.
—Vale, que sí, que lo he entendido: odias este vestido.
—¡Yo no he dicho eso!
—Pero es lo quepiensas.
—Déjame participar en los gastos, y vámonos corriendo al taller de Anna Maier; ¡te lo suplico,
escúchame por una vez!
—¿Diez mil dólares por un vestido? ¡Estás loco! Tú tampoco te lo puedes permitir, y además no es
más que una boda, Stanley.
—¡Tu boda!
—Ya lo sé —suspiró Julia.
—Con toda su fortuna, tu padre podría haber...
—La última vez que vi a mi padre yo estaba en un semáforo,y él, en un coche bajando la Quinta
Avenida... Hace seis meses de eso. ¡Fin de la discusión!
Julia se encogió de hombros y bajó del estrado en el que estaba subida. Stanley la tomó de la mano y
la abrazó.
—Cariño, todos los vestidos del mundo te quedarían divinos, yo sólo quiero que el tuyo sea perfecto.
¿Por qué no le pides a tu futuro marido que te lo regale él?
—Porque los padres de Adamya van a pagar la ceremonia, y yo preferiría que no se comentara en su
familia que se va a casar con poco menos que una pordiosera.
Con paso ligero, Stanley cruzó la tienda y se dirigió a unas perchas junto al escaparate. Acodados en
el mostrador de caja, los vendedores, enfrascados en su conversación, no le hicieron el menor caso.
Cogió un vestido ceñido de satén blanco y dio mediavuelta.
—Pruébate éste, ¡y no quiero oír una sola palabra más!
—¡Es una talla 36, Stanley, ¿cómo quieres que me quepa?!
—¿Qué acabo de decirte?
Julia hizo un gesto de exasperación y se dirigió al probador que Stanley le señalaba con el dedo.
—¡Es una 36, Stanley! —protestó mientras ya se alejaba.
Unos minutos más tarde, la cortina se abrió tan bruscamente como se había cerrado.
—Vaya, esto ya...
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