Las cosas
El trueno entre las hojas:
Carpincheros
Era infalible. Un rato después, los cachiveos pasaban peinando la cabellera de cometa verde del río. El corazón lepalpitaba fuertemente a Margaret. Sus ojillos encandilados rodaban en las estelas de seda líquida hasta que el último de los cachiveos desaparecía en el otro recodo detrás del brillo espectral del bancode arena roído por los pequeños cráteres de sombra.
- ¡Gretchen..., Gretchen…! – su grito agrio y seco tiene ya la desmemoriada insistencia de la locura.
El viejo señor Obispo
- Ya no sepuede confiar ni en los obispos. Usted debió cumplir con su deber denunciando a esos sucios traidores de la patria.
- La tiranía no es la patria, señor general – dijo el Obispo -. Los oprimidos tienenderecho a la rebelión. Yo cumplo con mi deber de sacerdote y de ciudadano ayudándolos.
- ¡Usted no es más que un perro tonsurado! – le gritó muy cerca del rostro, casi escupiéndolo, el generaloteenfurecido.
- ¡Un perro subversivo! – ratificó con el mismo furor el jefe de policía secreta, un mestizo pequeño, hinchado por la ira como un sapo de cobre con moteaduras vinosas.
La excavaciónNo le quedaba otro recurso que cavar hacia delante. Cavar con todas sus fuerzas, sin respiro; cavar con el plato, con las uñas, hasta donde pudiese. Quizá no eran cinco metros los quefaltaban; quizá no eran veinticinco días de zapa los que aún lo separaban del boquete salvador de la barranca del río. Quizá eran menos, sólo unos cuantos centímetros, unos minutos más de arañazosprofundos. Se convirtió en un topo frenético. Sintió cada vez más húmeda la tierra. A medida que le iba faltando el aire, se sentía más animado. Su esperanza crecía con la asfixia. Un poco de barro tibioentre los dedos le hizo prorrumpir en un grito casi feliz. Pero estaba tan absorto en su emoción, la desesperante tiniebla de túnel lo envolvía de tal modo, que no podía darse cuenta de que no era la...
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