las cruces sobre el agua

Páginas: 285 (71071 palabras) Publicado: 13 de julio de 2014


LAS CRUCES SOBRE EL AGUA
JOAQUÍN ALLEGOS LARA








HECHO POR: MARÍA BELÉN SOTOMAYOR
LA ARTILLERÍA
1
La calle herbosa, de pocas casas y covachas, y de solares vacíos, no era casi más que un entrante de la sabana. Alfredo Baldeón corría, rodando un zuncho. El sol se ocultaba tras los cerros de Chongón. ¿Qué habría dentro del sol? La señora Petita, la dueña de la covacha, decíaque el sol era una tierra, la primera que creó el Niño Dios, donde hasta vivirían gentes, si no hiciera tanto calor.
-¡Alfredo! ¡Alfredo! ¿A qué horas entras, chico?
Desde el boquerón sin puertas de en medio de la cerca, su madre lo llamaba. Divisaba su traje blanco, pero no su cara, a ver si de veras estaba molesta. Adivinaba las cejas muy juntas, la frente morena, por la que siempre se lerevelaba un mechón.
-Ya vengo, Trinidá -le contestó, acercándose.
-¿Por qué te demoras tanto? Sólo vos eres el que queda vejetreando íngrimo.
-Solo no estoy, sino con mi zuncho.
-¿Acaso el zuncho es gente?
Trinidad puso la mano en la erguida cabeza de su pequeño zambo, de mirada viva y pies descalzos, reidor, con la camisa fuera del pantalón de sempiterno largo al tobillo, y en la muñeca unjebe. A Alfredo, el patio le olía a tierra húmeda y la mano de su madre a jabón prieto. Por las rendijas filtraban palúdicos candiles.
-¡Correr da hambre!
Ella le respondió blanqueando sonriente la boca.
La habitación era en la planta baja de uno de los covachines. Apenas sobraba espacio entre las cabezas de los grandes y el tumbado sin pintar; a Alfredo le parecía que iba a caerle encima. Enla hamaca de deshilachada mocora, se mecía su padre, quien le palmeó el hombro:
-¿Qué húbole, zambo?
-Oye, Juan, yo corro como un perro.
-Eres un fregado. ¿Los perros corren bien?
-¡Agárrate a correr pareja con uno y verás!
Empezó a comer a cucharadas el cocolón de arroz. En todo momento ansiaba ser mayor, pero a las horas de comida le provocaba seguir siendo chico, para que Trinidad lediera los bocados con su mano, como antes. Se preguntaba si Juan saldría a la calle. Habitualmente, como en la panadería no hacía turno de noche, quedábase en casa y venía a la hamaca, donde la madre hacía dormir a su lado, a Alfredo. El habría permanecido con ambos y a pesar que no le gustaba abrazarla, pero en seguida el taita exigía:
-Anda acuéstalo, Trini.
Ella obedecía, quizás con su gusto,quizás recelosa de que si no, le pegara. Desde el catre inmediato, bajo el toldo, Alfredo, oyéndolos cuchichear y reír, odiaba a Juan un largo instante, sin dormirse. Ocurría así desde que se acordaba. Más chico, era peor. No toleraba mirarlo junto a Trinidad, sin gritar golpeábalo con sus menudos puños. El padre reía:
-Pero qué celoso el cangrejo este; parece hombre mayor.
-Todo chico esenmadrado, Baldeón, y más éste que, por culpa de vos mismo, se cría tan consentido.
Él lo oía y se volvió más arrimado a Trinidad. Pasaba el día a su lado. Desde lo más remoto, se sentía en sus brazos. Ella le daba de comer, lo bañaba, lo acariciaba. Cuando lavaba, en la vieja tina de pechiche, cerca de la llave de agua, en las mañanas rumorosas del solar, lo tenía junto a sí o merodeando alrededor,alegre de respirar el acre burbujeo de la espuma escurridiza.
También jugaba en su cercanía, mientras ella cocinaba. El fogón, al lado de la puerta, al abrigo del alero, era un cajón con ladrillos, tan bajo que Alfredo alcanzaba a punzar con un palo las brasas, que chisporroteaban antes de llamear. Sentada en un banco, Trinidad pelaba yucas o escogía las madres del arroz. Entornaba los ojos ysacaba la punta de la lengua. Él quería a Trinidad, y quería a la candela.
-¡Ábrete, ábrete! ¡Un día vas a quemarte, condenado!
-¡Soy panadero como mi taita, déjame atizar el horno! -contestaba él.
Pues en los últimos tiempos, jugar y vagar más remontado lo hacía olvidar su rabia contra el viejo. Más bien comenzó a admirar sus puños y su genio. Nadie en la covacha era más bravo que él y...
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