Las Flores Del Mal

Páginas: 32 (7775 palabras) Publicado: 12 de mayo de 2012
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l 3 de abril de 2007, mamá cumplía sus ochenta y dos años. Aquella noche quise llevarla a cenar a un buen restaurante, pero a pesar de mi insistencia no acabó de animarse a salir: Gracias, mi tesoro, pero a dónde voy a ir yo a esta hora, tan ciega y tan coja. Así que pedí un servicio a domicilio. Cenamos y luego improvisamos una pequeña celebración, con un poco de vino y un poco demúsica. Puse el Pequeño vals vienés, de Leonard Cohen, y entre risas y suaves forcejeos logré que abrazada a mí, sonriente, feliz, bailara —obviamente con lentitud y no más de una pieza— por última vez en su vida. Antes de irme a dormir me tendí a su lado en la cama un rato, como era costumbre. Le prometí, un poco en son de broma, que para el próximo cumpleaños le traería una serenata. No lo quieraDios, mijito lindo, dijo, yo sé que no voy a pasar de este año. Se quejó de lo cansada que estaba, de lo ciega, de lo enferma, de lo inútil que se sentía. Habló de la carga en que se había convertido para mí. Protesté, porque la verdad era que ella, y mi perrito Bambino, su cuidado, su amor, su compañía, eran el sentido de mi vida. Yo era todo para ellos, y ellos eran todo para mí. Cada vez con másfrecuencia manifestaba mamá su certidumbre de que moriría pronto y de una manera dulce. Confiaba en que el Señor de la Buena Esperanza le daría ese fin. Yo no estaba tan seguro de que, dejadas las cosas al azar o a la buena voluntad de Dios, ese anhelo se realizara. Lo más probable sería que le apareciera un cáncer —como a la abuela Carmelita—, o que sobreviniera una embolia —como a la tíaCarolina—, o la demencia senil —como a la tía Margarita—, o que dada su avanzada osteoporosis, una caída la dejara postrada durante años. Para mi madre, con sus ochenta y dos años, la vida se había convertido en una prisión de férreos barrotes. Una prisión de la que anhelaba escapar a cualquier precio. Una prisión que de día en día, de hora en hora, se estrechaba y oscurecía más. El tiempo le había idoarrebatando todo, y había dejado apenas una envoltura de huesos frágiles, unos ojos sin luz y una sucesión de noches sin sueño y de días sin ilusiones. Sólo dos cosas en el mundo le proporcionaban algún alivio y consolación: el amor de sus hijos y la piedad religiosa. Temía ella visceralmente a la postración por una larga enfermedad que le impidiera valerse por sí misma, y tiempo atrás habíamosacordado que yo no la dejaría llegar a un estado así. Temía el cáncer, que había martirizado a su anciana madre durante interminables meses, dejándola completamente en carne viva. Temía la pérdida o el fracaso de alguno de sus dos hijos. Temía la penuria económica. Temía la blanca gelidez de los hospitales y morir de la muerte de los médicos. Temía la desolación de los asilos, y cuando alguna vez semencionó tal posibilidad en serio, a ambos se nos llenaron los ojos de lágrimas y entonces le prometí, me prometí, que nunca por ningún motivo me separaría de ella. Era el de mi madre un cuerpo aherrojado por dolencias, entre las que estaban la pérdida casi completa de la visión, a causa de la degeneración de la retina, de glaucoma y de cataratas; la osteoporosis y, como consecuencia de ella, unafractura de fémur que la torturaba y la obligaba a caminar asistida por un bastón. Estas circunstancias —la ceguera y su endeble equilibrio— le impedían desde hacía años salir sola a la calle. Estaban los dolores intensos y continuos producidos por la artrosis y para los que por prescripción tomaba opiáceos. Estaba el insomnio pertinaz. Estaba la cefalalgia y estaba la depresión, que se manifestabaen llanto diario, en períodos de desánimo en que a duras penas se decidía a abandonar la cama, y en el deseo expreso y recurrente de dejar de vivir.

Con todo, no era una mujer amarga, y en cambio poseía un gran instinto social, podía ser divertida y cordial y reír de buena gana. Fue en sus mejores tiempos bonita, activa y jovial. Tres rasgos en ella me parecen los más notables: su sentido...
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