Las historia de manu
Marcela Serrano
© 1995, Marcela Serrano
© 1998, de la edición de Aguilar Chilena de Ediciones, Ltda.
© De esta edición:
Julio 2000, Suma de letras, S.L.
ISBN: 84-663-0051-1
Depósito legal: B-29797-2000
Impreso en España – Printed in Spain
Portada: MGD
Diseño de colección: Ignacio Ballesteros
Impreso por Litografía Rosés, S.A.
ÍNDICE
PRIMERAPARTE
La ciudad 7
SEGUNDA PARTE
El mar 98
TERCERA PARTE
El campo 142
A Luis Maira, toda la vida
«La mujer huyó a la soledad, donde
tenía un lugar preparado por Dios.»
Apocalipsis 12, versículo 6-7
PRIMERA PARTE
La ciudad
Mi abuela me enseñó a leer.
Mi abuela me enseñó los libros y me traspasó su amor hacia ellos. No tuve elección, fue su herencia. Mi abuela me dijo quecon los libros yo nunca estaría sola.
Me enseñó a cuidar de mis ojos adueñándome de ellos como el lugar más preciado, el más nítido. Me explicó que si alguna vez fallasen los oídos, no sería tan grave, poco me perdería, todo lo que valía escuchar se había escrito y lo rescataría con mis ojos. Me dijo que si alguna vez fallase la voz, no sería el fin. Recibiría el sonido exterior sin devolverlo ynadie lo echaría en falta, menos yo. Estaban las palabras para ser ejecutadas: por mis oídos las que ya estaban concebidas, por mis manos las que quisiera inventar. Al final, sin mencionar siquiera otras carencias como el olfato o el gusto, mi abuela me dijo que ignorara la sordera y la mudez si llegasen a acometerme, que la única falta total era la ceguera.
Que cuidara mis ojos. Sólo con ellospodría leer. Sólo ellos me salvarían de la soledad.
Fue un sábado por la tarde. Pasábamos el fin de semana con Sofía y Victoria en mi casa en el campo. Bajo el parrón llegó la hora desolada de los cerros y la piscina en silencio era un azul tan azul, olvidadiza del verde que nos rodeaba, ajena al verde, como nunca logré estar yo, siempre algo enredada en ese color.
Sucedió lentamente.
Así.Mientras flotaba en el aire y aterrizaba en mí la risa de Sofía, comencé a sentir un hormigueo en mi brazo derecho. Me lo sobé sin darle importancia.
—Blanca, ¿no hay más hielo?
Me levantó el impulso de mi instinto diligente y crucé hacia la casa. Desde el living le grité a Honoria a la cocina, que trajera la hielera. Entonces, de pie al centro de esa familiar sala, sentí el hormigueo de nuevo,esta vez recorriéndome la pierna derecha. Me sujeté del borde de la mesa de pool y el paño verde sería una visión para siempre. Con los ojos fijos en la tela esperé que el hormigueo se fuera. Permaneció. Al cabo de un rato volví al jardín y caminé hacia el parrón con cierta torpeza. Sofía me miró divertida.
—No me digas que ya te curaste, ¡con tan poco!
Mi sonrisa debe haber parecido forzada.Tomé mi lugar en la silla de lona al lado de Victoria. No, no era idea mía, se me había dormido el brazo, se me había dormido la pierna y ahora mi mano también se dormía.
Llegó Honoria con el hielo. Miró hacia arriba y detectó los nubarrones.
—Se cortó el cielo —anunció—.
Victoria, poco rural, me miró.
—Va a empezar a llover —le aclaré—.
Extraña, la mirada de Honoria se cruzó con un zumbido, comosi algo estuviese traspasando en ese instante la barrera del sonido.
Llevé mi mano despierta al oído, asustada ante tal remezón. Pero nadie había escuchado nada.
—Señora, ¿se siente bien?
—Fue sólo un ruido —titubeé—.
—¿De qué ruido hablas en este silencio? —preguntó Victoria sorprendida.
—Nada... quizás un trueno.
—No, no han comenzado aún los desarreglos en el cielo —insistió Honoria—.Está un poco pálida la señora.
—¿No digo yo? —Sofía rió—. Blanca es incapaz de hacer un mínimo desbarajuste... no han sido más de dos copas...
—Y de vino blanco —acotó Victoria, con su whisky en la mano—. ¿Se han fijado lo chic que se ha puesto tomar sólo vino blanco en los aperitivos? Venga ese vaso, Blanca.
Alargué mi mano, y en ese instante sentí cómo se levantaba la parte superior del...
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