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Páginas: 36 (8926 palabras)
Publicado: 15 de noviembre de 2014
Me envolví aún más en la capamojada pero, cuando los pesados pliegues de ésta se adhirieron al resto de mis ropas, lamenté haberlo hecho. Sobre mi cabeza, un canalón de desagüe se rompió y vertió su contenido sobre mí, asustó al caballo y me dejó el sombrero ladeado. Con una maldición, pugné por dominar mi montura. Me di cuenta de que habíamos pasado el desvío que nos habría conducido al puente Probo, el camino más rápidopara llegar a casa. Se me cayó el sombrero y lo abandoné donde estaba.
Un solitario punto de luz en una calle secundaria a mi derecha señalaba, como yo bien sabía, el puesto de guardia de una cohorte de los vigiles. No había más signos de vida.
Cruzamos el Tíber por el puente de Aurelio y escuché en la oscuridad del fondo el ruido del río, cuyas agitadas aguas poseían una energía inquietante. Tuvela certeza casi absoluta de que, corriente arriba, se habría desbordado en las tierras bajas al pie del Capitolio convirtiendo una vez más el Campo de Marte —que en el mejor caso no pasaba de ser un terreno poroso— en un lago insalubre. Una vez más un fango turgente, del color y la textura de las aguas fecales, estaría rezumando en los sótanos de las lujosas mansiones cuyos propietarios de clasemedia se peleaban por obtener las mejores vistas de la ribera.
Mi padre era uno de ellos. Debo confesar que la idea de verle achicar las hediondas aguas que anegaban su vestíbulo me regocijó.
Una poderosa racha de viento detuvo en seco mi caballo cuando intentamos doblar una esquina para salir al foro del Mercado de Ganado. Arriba, tanto la Ciudadela como la cima del Palatino resultabaninvisibles. Los palacios de los Césares, iluminados por las lámparas, quedaban también fuera de la vista, pero ahora ya me encontraba en territorio conocido. Apresuré el paso de mi montura para dejar atrás el circo Máximo, los templos de Ceres y de la Luna y los arcos, fuentes, termas y mercados cubiertos que eran la gloria de Roma. Todo aquello podía esperar; por el momento, lo único que deseaba era micama. La lluvia se deslizaba como una cascada por la estatua de algún antiguo cónsul, corriendo por los pliegues de bronce de la toga como si se tratase de cañadas. Cortinas de agua barrían los tejados, cuyos canalones eran totalmente incapaces de dar abasto, y auténticas cataratas se precipitaban desde los pórticos. Mi caballo pugnaba por buscar refugio en las aceras, bajo los toldos de lastiendas, mientras yo tiraba de las riendas para que volviese la cabeza y obligarlo a seguir por la calzada.
Nos abrimos paso con esfuerzo por la calle del Armilustrio. En aquella vaguada, algunas de las callejas secundarias sin alcantarillado parecían totalmente intransitables ya que el agua llegaba a la altura de la rodilla, pero cuando tomamos la vía principal iniciamos la ascensión por la empinadacuesta, que, si no inundada, resultaba peligrosamente resbaladiza. Durante todo el día había llovido tanto sobre las calles del Aventino que ni siquiera se alzaba a recibirme la pestilencia habitual; sin duda, el acostumbrado hedor a excrementos humanos y a actividades insalubres regresaría al día siguiente, más intenso que nunca después de que tanta agua hubiera empapado los estercoleros en los...
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