Las Luces De Septiembre
A veces, los lectores recuerdan mejor una obra que su propio autor. Recuerdan sus
personajes, sus conflictos, su lenguaje y sus imágenes con una benevolencia que desarma alnovelista, que empieza a olvidar tramas y escenas que escribió hace ya quizá más años de
los que desearía. Eso me sucede a mí a veces con las tres primeras novelas «juveniles» que
escribí y publiqué durantela década de los noventa, El Príncipe de la Niebla, El Palacio de
la Medianoche y esta Las Luces de Septiembre que ahora sostienes en las manos. Siempre
me ha parecido que estos tres libros formabanun ciclo de historias con muchas cosas en
común y que, de alguna manera, intentaban parecerse a los libros que a mí me hubiese
gustado leer en mi adolescencia.
Escribí Las Luces de Septiembre enLos Ángeles entre 1994 y 1995, con la intención de
rematar algunos elementos que me parecía que no había sabido resolver tal como me
hubiese gustado en El Príncipe de la Niebla. Revisándola hoy medoy cuenta de que la
novela tiene más elementos de construcción cinematográficos que literarios, y que para mí
siempre estará vinculada a las largas horas que pasé en compañía de sus personajes frentea
un escritorio que miraba desde un tercer piso en Melrose Avenue y desde el que veía las
letras de Hollywood en las colinas.
La novela está concebida como una historia de misterio y aventura paralectores que, como
los espectadores de la mayoría de las películas que me rondaban la cabeza por entonces,
eran jóvenes de espíritu y, con suerte, también de años. Nada de eso ha cambiado despuésde todo este tiempo.
Lo que sí ha cambiado, y ya era hora de que así fuera, es que por primera vez desde 1995
esta novela aparece publicada en una edición digna y en condiciones de honradez y decoroque lamentablemente nunca tuvo.
Confío en que la disfrutes, ya seas un lector joven o estés deseando volver a serlo. Me gusta
pensar que, con tu ayuda, seré capaz de recordar ahora mejor esta...
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