las mujeres

Por qué las mujeres aún no pueden tenerlo todo

"Es hora de dejar de engañarnos", dice la autora de este artículo que levantó polémica en Estados Unidos y puso en el debate nuevamente la dificultad de conciliar familia y el trabajo de mujeres en altos cargos. "Si creemos en la igualdad de oportunidades, hay cosas que cambiar", plantea la ex funcionaria del Departamento de Estado.

PorAnne-Marie Slaughter, The Atlantic Magazine. Ilustración: Francisco Javier Olea.

Llevaba 18 meses en un trabajo como la primera mujer directora de planificación de políticas en el Departamento de Estado, un empleo de política exterior soñado, cuando me encontré en Nueva York, en la asamblea anual de las Naciones Unidas donde también estaban todos los ministros y mandatarios del mundo. ElPresidente Obama y su esposa habían organizado una recepción en el Museo Americano de Historia Natural. Tomaba champaña, saludaba a dignatarios extranjeros, pero no dejaba de pensar en mi hijo de 14 años, quien había entrado recién a primero medio y ya tenía la costumbre de no hacer sus tareas, interrumpir las clases y no aceptar a ningún adulto que intentara ayudarlo. Durante el verano, apenas noshabíamos hablado, o mejor dicho, apenas me saludaba, y durante la primavera había recibido varias llamadas urgentes justo los días que tenía alguna reunión importante. Me pedían que tomara el primer tren de Washington D.C., donde trabajaba, hacia Princeton, Nueva Jersey, donde vivía. Mi marido, que siempre había hecho todo lo posible para apoyar mi carrera, se ocupaba de él y de nuestro otro hijo de 12años.

Durante la noche, me encontré con una colega con un cargo alto en la Casa Blanca. Tenía dos hijos de la misma edad que los míos, pero había optado por llevarlos desde California a Washington D.C. donde había conseguido el trabajo. Le contaba lo difícil que encontraba estar lejos de mi hijo cuando él claramente me necesitaba. Luego le dije: cuando esto se termine, voy a escribir una columnatitulada: "Las mujeres no lo pueden tener todo".

Se horrorizó. "Tú no puedes escribir eso", contestó. Lo que quería decir es que una afirmación de este tipo, viniendo de una mujer con una carrera destacada -un ejemplo a seguir- sería una señal terrible para las más jóvenes.

Desde joven había asumido que si conseguía un trabajo en política extranjera en el Departamento de Estado o en la CasaBlanca, mientras mi partido estuviera en el poder, me quedaría hasta el final, siempre y cuando tuviera la opción de trabajar en lo que amaba. Pero en enero 2011, cuando los dos años de permiso que tenía de la Universidad de Princeton para trabajar en el sector público se acabaron, me devolví a casa lo más rápido posible.

Cuando la gente me preguntaba por qué me había ido del gobierno,explicaba que lo había hecho no sólo debido a las reglas de Princeton (después de dos años de ausencia, se pierde la titularidad), sino también para estar con mi familia; que había llegado a la conclusión que hacer malabares entre un trabajo de alto nivel con las necesidades de dos niños adolescentes no era posible.

Pero tampoco he dejado de lado mi carrera: enseño; escribo regularmente para la prensay columnas online; doy 40 a 50 charlas anualmente, aparezco regularmente en televisión y radio, y estoy trabajando en un nuevo libro académico. Sin embargo, solía ver reacciones de otras mujeres de mi edad o mayores que variaban entre la desilusión ("Es una lástima que te vayas de Washington") y la condescendencia ("No generalizaría, yo nunca he tenido ese problema, y mis hijos son maravillosos").De repente, por fin, entendí. Toda mi vida había sido yo quien estaba del otro lado. Yo era la mujer que llevaba una pequeña sonrisa de superioridad, mientras otras me contaban que habían tomado la decisión de no seguir con su carrera.

La primavera pasada di una charla. Hablé sobre el "balance trabajo-familia" frente a unos 40 veintiañeros. Hice varias reflexiones francas sobre lo difícil...