Las mulas de su excelencia
(Vicente Riva Palacio)
En la gran extensión de la Nueva España puede asegurarse que no existía una pareja de mulas como las que tiraban de la carroza de Su Excelencia el señor Virrey. Era la envidia de todos los ricos y la desesperación de los ganaderos de la capital de la Colonia.
Altas, con el pecho ancho como el potro más poderoso; los cuatroremos finos y nerviosos como los de un reno; la cabeza descarnada, y las movibles orejas y los negros ojos como los de un venado.
El color tiraba a castaño, aunque con algunos reflejos dorados, y trotaban con tanta ligereza, que apenas podría seguirlas un caballo al galope.
Además de eso, eran de tanta nobleza y tan bien arrendadas, que, al decir del cochero de Su Excelencia, manejarsepodrían, si no con dos hebras de las que forman las arañas, cuando menos con dos ligeros cordones de seda.
El Virrey se levantaba todos los días con la aurora; esperaba el coche al pie de la escalera de palacio; bajaba pausadamente; contemplaba con orgullo su incomparable pareja; entraba en el carruaje; se santiguaba devotamente, y las mulas salían haciendo brotar chispas de las pocaspiedras que se encontraban en el camino.
Después de un largo paseo por los alrededores de la ciudad, llegaba el Virrey, poco antes de las ocho de la mañana, a detenerse ante la catedral, que en aquel tiempo, y con gran actividad, se estaba construyendo.
Iba la obra muy adelantada, y quienes trabajan ahí se dividían por nacionalidades, y eran unas de españoles, otras de indios, otrasde mestizos y otras de negros, con el objeto de evitar choques, muy comunes por desgracia, entre operarios de distinta raza.
Había entre aquellas cuadrillas dos que se distinguían por la prontitud y esmero con que cada una de ellas desempeñaba los trabajos más delicados que se le encomendaban, y era lo curioso que una de ellas estaba compuesta de españoles y la otra de indios.Era capataz de la española un robusto asturiano, como de cuarenta años, llamado Pedro Noriega. El hombre de más mal carácter pero de más buen corazón que podía encontrarse en aquella época entre los colonos.
Luis de Rivera gobernaba como capataz la cuadrilla de los indios, porque más aspecto tenía de indio que de español, aunque era mestizo del primer cruzamiento, y hablaba con granfacilidad la lengua de los castellanos y el idioma náhuatl o mexicano.
No gozaba tampoco Luis de Rivera de un carácter angelical; era levantisco y pendenciero, y más de una vez había dado ya que hacer a los alguaciles.
Por una desgracia, las dos cuadrillas tuvieron que trabajar muy cerca la una de la otra, y cuando Pedro Noriega se enfadaba con los suyos, que era muchas veces al día,les gritaba con voz de trueno:
---¡ Qué españoles tan brutos! ¡Parecen indios!
Pero no bien había terminado aquella frase, cuando, viniendo o no al caso, Rivera les gritaba a los suyos:
---¡Qué indios tan animales! ¡Parecen españoles!
Como era natural, eso tenía que dar fatales resultados. Los directores de la obra no cuidaron de separar aquellas cuadrillas y como los insultosmenudeaban, una tarde Noriega y Rivera llegaron, no a las manos, sino a las armas, porque cada uno de ellos venía preparado ya para un lance; y tocóle la peor parte al mestizo, que allí quedó muerto de una puñalada.
Convirtióse aquello en un tumulto, necesario fue para calmarse que viniera la gente de justicia y tropa de palacio.
Separóse a los combatientes: levantóse el cadáverde Luis Rivera y atado salió de ahí el asturiano, en medio de los alguaciles, para la cárcel de la ciudad. Como el Virrey estaba muy indignado; como los señores de la audiencia ardían en deseos de hacer un escarmiento, y como existía una real cédula disponiendo que los delitos de españoles contra hijos del país fueran castigados con mayor severidad, antes de quince días el proceso estaba...
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