Las nieves del Kilimanjaro (cuento)

Páginas: 36 (8908 palabras) Publicado: 27 de mayo de 2013





LAS NIEVES DEL KILIMANJARO


Ernest Hemingway




















El Kilimanjaro es una montaña cubierta de nieve de 5.895 m. de altura, y dicen que es la más alta de África. Su nombre es, en masai, «Ngáje Ngái», «la Casa de Dios». Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando elleopardo por aquellas alturas.
—Lo maravilloso es que no huele —dijo—. Así se sabe cuándo empieza.
— ¿De veras?
—Absolutamente. Aunque siento mucho lo del olor. No se puede evitar, y debe molestarte, ¿eh?
— ¡No! No digas eso, por favor.
—Míralos. ¿Qué será lo que los atrae? ¿Vendrán por la vista o por el olfato?
El catre donde yacía el hombre estaba situado a la sombra de una ancha mimosa.Ahora dirigía su mirada hacia el resplandor de la llanura, mientras tres de las grandes aves se agazapaban en posición obscena y otras doce atravesaban el cielo, provocando fugaces sombras al pasar.
—No se han movido de allí desde que nos quedamos sin camión — dijo—. Hoy por primera vez han bajado al suelo. He observado que al principio volaban con precaución, como temiendo que quisiera cogerlaspara mi despensa. Esto es muy divertido, ya que ocurrirá todo lo contrario.
—Quisiera que no fuese así.
—Es un decir. Si hablo, me resulta más fácil soportarlo. Pero puedes creer que no quiero molestarte, por supuesto.
—Bien sabes que no me molesta —contestó ella—. ¡Me pone tan nerviosa no poder hacer nada! Creo que podríamos aliviar la situación hasta que llegue el aeroplano.
—O hasta que novenga...
—Dime qué puedo hacer. Te lo ruego. Ha de existir algo que yo sea capaz de hacer.
—Puedes irte; eso te calmaría. Aunque dudo que puedas hacerlo.
Tal vez será mejor que me mates. Ahora tienes mejor puntería. Yo te enseñé a tirar, ¿no?
—No me hables así, por favor. ¿No podría leerte algo?
— ¿Leerme qué?
—Cualquier libro de los que no hayamos leído. Han quedado algunos.
—No puedoprestar atención. Hablar es más fácil. Así nos peleamos, y no deja de ser un buen pasatiempo.
—Para mí, no. Nunca quiero pelearme. Y no lo hagamos más. No demos más importancia a mis nervios, tampoco. Quizá vuelvan hoy mismo con otro camión. Tal vez venga el avión...
—No quiero moverme —manifestó el hombre—. No vale la pena ahora; lo haría únicamente si supiera que con ello te encontrarías más cómoda.—Eso es hablar con cobardía.
— ¿No puedes dejar que un hombre muera lo más tranquilamente posible, sin dirigirle epítetos ofensivos? ¿Qué se gana con insultarme?
—Es que no vas a morir.
—No seas tonta. Ya me estoy muriendo. Mira esos bastardos —y levantó la vista hacia los enormes y repugnantes pájaros, con las cabezas peladas hundidas entre las abultadas plumas. En aquel instante bajó otroy, después de correr con rapidez, se acercó con lentitud hacia el grupo.
—Siempre están cerca de los campamentos. ¿No te habías fijado nunca? Además, no puedes morir si no te abandonas...
— ¿Dónde has leído eso? ¡Maldición! ¡Qué estúpida eres!
—Podrías pensar en otra cosa.
— ¡Por el amor de Dios! —exclamó—. Eso es lo que he estado haciendo.
Luego se quedó quieto y callado por un rato y miró através de la cálida luz trémula de la llanura, la zona cubierta de arbustos. Por momentos, aparecían gatos salvajes, y, más lejos, divisó un hato de cebras, blanco contra el verdor de la maleza. Era un hermoso campamento, sin duda. Estaba situado debajo de grandes árboles y al pie de una colina. El agua era bastante buena allí y en las cercanías había un manantial casi seco por donde los guacos delas arenas volaban por la mañana.
— ¿No quieres que lea, entonces? —Preguntó la mujer, que estaba sentada en una silla de lona, junto al catre—. Se está levantando la brisa.
—No, gracias.
—Quizá venga el camión.
—Al diablo con él. No me importa un comino.
—A mí, sí.
—A ti también te importan un bledo muchas cosas que para mí tienen valor. —No tantas, Harry.
— ¿Qué te parece si bebemos...
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