Laso_Enrique_ _Desde_El_Infierno
Páginas: 92 (22953 palabras)
Publicado: 28 de enero de 2016
DESDE EL INFIERNO
Enrique Laso
I
Carlos se dirigió muy despacio hacia la persona que le tendía el teléfono. En
realidad, era como si deseara no alcanzarlo nunca. No hubiera lamentado en
absoluto que el tiempo se hiciera infinito, y que el momento en el que su oreja
contactase con el auricular no existiese ya jamás. Desde que lo sacaron de la
reunión con un escueto: «Carlos, te llaman del Hospital, algo le ha sucedido a tu
familia», y pese al breve trayecto que le separaba de un despacho contiguo a la sala
de juntas, había temido con un pavor casi irreal el instante en el que alguien
desconocido, probablemente algún médico, le diese más detalles.
–Sí…
– ¿Es usted Carlos Miranda?
–Sí.
–Mire… su mujer y su hija han tenido un grave accidente de circulación. Debe
venir cuanto antes…
No hizo pregunta alguna, no esperó más explicaciones. Colgó el teléfono, miró a
su alrededor, esos rostros familiares con expresiones extrañas, y de repente supo
que aquel momento era el primero de un largo trayecto negro y oscuro.
De alguna manera Carlos sabía que todo lo hecho y que todo lo transcurridohasta la fecha no tenía valor ninguno, y que las nuevas circunstancias iban a
requerir de un nuevo yo, y que ese nuevo yo iba a encontrar poco en lo que
apoyarse en toda su experiencia anterior. Era muy curioso que su mente ya
anticipara el futuro, que su cerebro ya luchase por adecuarse a una situación
imprevista y para la que no estaba en absoluto preparado, pero para la que su
subconsciente ya había comenzado a trabajar.
«No quiero saber la verdad».
Y pese a las ansias que ponía en negar la evidencia en ciernes, cada vez tenía más
claro que el trágico vaticinio que le rondaba la cabeza se iba a ver en breve
reafirmado, y entonces aquella cadena de especulaciones tendría un valor
incalculable, porque la especulación deja siempre entre sus posibilidades un
resquicio para la esperanza. Una vez se confirmasen los hechos que ahuyentaba, ya
no habría cabida para otra cosa que no fuera el sufrimiento y el dolor.
«No quiero ir al hospital».Se repetía una y otra vez estas palabras, mientras sus pies avanzaban hacia su
coche, mientras sus manos tomaban el volante, mientras conducía por las
carreteras de circunvalación; en definitiva, mientras todo su cuerpo imponía la
razón al deseo infantil de la negación.
Carlos tuvo la certeza de que mejor hubiera sido detener su vida para siemprecinco minutos antes, en medio de aquella aburrida reunión de lunes por la tarde.
Que hubiera sido mejor parar el tiempo y quedarse en la vulgaridad tranquila de lo
cotidiano.
II
Su mujer y su hija habían muerto. Quedaba el consuelo de que al menos lo
habían hecho sin sufrir, de forma instantánea… o eso le aseguraban. Un accidente
tonto, casi ridículo. Bajaban de la sierra y había llovido después de más de cuatrosemanas sin hacerlo. Esto había provocado que sobre el asfalto se formase una
especie de barrillo, y que el piso se encontrara especialmente resbaladizo. En algún
punto (no sabía concretamente en cuál) su mujer había pisado el freno con fuerza y
el coche se había deslizado sin remedio hasta un pequeño barranco (suficiente).
Era curioso, a Laura (su hija) le encantaba patinar sobre el hielo. Seguro quehasta en un primer momento le habría parecido divertido ver cómo mamá perdía
el control del coche y éste patinaba, como ella solía hacer muchos domingos.
No era la primera vez que ambas iban solas al monte a pasar el día. Muchos fines
de semana él se quedaba en casa, terminando algún informe para el lunes siguiente
o sencillamente repasando datos y estadísticas de diferente índole....
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