laura

LAURA
Elia Barcelò

Para Michael, por nuestros primeros
veinte años de amistad.

Se pasó la mano por la frente que, a pesar del calor, se le había puesto fría y miró la figura yacente, obligándose a ver en aquel bulto lleno de tubos y conectado a varios monitores la familiar figura de su padre que, hasta unos días atrás, había sido el hombre fuerte y vital que él habíaconocido toda su vida.
–Papá –dijo suavemente–, estoy aquí.
–No se esfuerce–dijo la enfermera desde detrás, en un inglés trabajoso, de colegio–. No puede oírlo.
– ¿Está sedado?
–Está en coma desde que lo trajeron. Por eso lo llamamos. Llevaba su número de teléfono para avisar en caso grave.
– ¿Puede contarme qué ha pasado? –
–Un accidente. Al parecer lo atropelló un coche al cruzar la calle. Elconductor huyó. No hay testigos.
– ¿Hay esperanzas de que despierte y se recupere?–No quería hacer esa pregunta por miedo a la respuesta, pero sabía que era necesaria.
– Siempre las hay, pero son pocas. Su padre debe ser ya bastante mayor.
–Tiene setenta y ocho años.
Hubo un silencio. De las otras habitaciones se oía un ruido metálico, como de cubertería. Debían de estar sirviendo el almuerzo,a pesar de que sólo eran las once y media.
– ¿Dónde se aloja?–preguntó la enfermera.
–En el hotel Central, pero aún no he ido. Vengo directamente del aeropuerto.
–Vaya a instalarse. Lo llamaré si hay alguna novedad. Tome –dijo antes de que se marchara, ofreciéndole algo–. La cartera de su padre. Los pacientes suelen tenerla en el cajón de la mesita de noche, pero como no está consciente creoque es mejor que la tenga usted.
Salió del hospital entumecido y mareado, con una ligera sensación de irrealidad. Se había pasado la noche viajando, de Madrid a Fráncfort, una larga espera en el aeropuerto y de allí a Innsbruck, para encontrarse con que su padre, en lugar de estar esperándolo impacientemente, se hallaba en ese extraño estado intermedio entre la vida y la muerte, lejos de todo,sin registrar su presencia.
¿Cuánto tiempo tendría que quedarse allí esperando a que sucediera algo? Le quedaban tres semanas de vacaciones que no se había tomado en verano, pero dudaba de que en la empresa estuvieran dispuestos a prescindir de él durante tanto tiempo. Y ¿qué iba a hacer él en una ciudad desconocida de lengua incomprensible, además de acudir todos los días al hospital? No asociabanada con Innsbruck, aparte de los Alpes y las estaciones de esquí, pero, por la actividad que había en las calles, parecía una ciudad muy viva, llena de gente joven, seguramente estudiantes. Algo habría para entretenerse durante unos días.
Pensó con amargura en la reciente revelación de su padre, precisamente la que lo había llevado allí y a su accidente. Treinta y cinco años de relacióncotidiana y ahora, apenas dos semanas atrás, enterarse de pronto de que su padre, una de las dos personas a las que mejor creía conocer en el mundo, había vivido varios años en esta ciudad, había tenido una primera mujer austriaca antes de conocer a la que sería su madre, y había tenido una hija. Con lo cual él, que siempre se había creído hijo único, tenía una hermana de padre que ni siquiera hablaríasu lengua y que probablemente ignoraba su existencia.
Y su padre, que en treinta y cinco años no había nombrado ni con indirectas la capital del Tirol, ahora, tras la muerte de su mujer, había decidido volver a su pasado y conocer a la hija que había abandonado en 1966.
Una vez en la habitación del hotel que hasta hacia dos días había sido la de su padre, se sentó en un sillón y miró a sualrededor, como si estuviera reponiéndose de una fuerte resaca:las puertas abiertas del armario dejaban ver un par de americanas colgadas en sus perchas, unas cuantas camisas apiladas sobre la repisa y dos pares de zapatos muy limpios en el suelo; la maleta, también abierta, ofrecía un revoltillo de jerseys y ropa interior. Sobre el pequeño escritorio, una agenda, un librito de direcciones y...