Lavieennoir

La vida en negro

Mildred Molinier

Tiré de la cuerda un par de veces para hacer que la luz del cuarto de bañose encendiera; todo era obscuro, envejecido, gris. El adagio para el primer movimiento de mi sinfonía en esa mañana, un reflejo de lo que sentía avecinarse en mí, la reacción directa, el efecto exacto, un malestar vertiginosamente auto adquirido. Si pudiera me lo arrancaría del alma,lo vomitaría, lo buscaría y le daría un tiro, me sentaría a ver como acaba su infeliz existencia. Pero no es algo tangible, no es visible, no es algo que pueda hacer desaparecer de manera tan sencilla. Simplemente llega como un televisor lanzado desde el décimo piso de un edificio, como el grito de un padre alcohólico, como el rechazo, el miedo, el hambre. Llega para asustarme, para plantarse eimponerse y obligarme a retorcerme bajo el lodo del árbol marchito de mi cerebro. Llega para aniquilarme, violarme, empalarme con una varilla de acero, a mitad del desierto, y luego hacer que las lagartijas me devoren el recto. Viene, y a veces, temo que se quede para siempre. No sabría qué hacer si el sentimiento durara poco más de lo que ya lo hace. Si no muriera del dolor y el miedo, seguro mearrancaría la lengua para pensar en otro tipo de agonía, por que es como si eso se metiera por mis oídos y me tirara de los nervios de los ojos para enredarlos a mi laringe, a mi estómago.
Sacudí violentamente la cabeza mientras los ácidos abandonaban mi estómago y quemaban mi garganta, todo se escapaba de mí. Desde hacía más de dos horas que ya no quedaba más comida que vomitar, pero elmalestar y las náuseas seguían ahí; como una espina enterrada en el estómago. O peor aún, en el alma. Un dolor agudo que se filtraba por cada una de mis terminaciones nerviosas, con la aspereza lijando las paredes de mis venas.
 
Me introduje en la ducha deseando que los vapores se llevaran la pesadez en mis hombros. Quería que el aire alejara toda aquella pena que me consumía e introducía en eleterno mar del hastío. Que me mantenía siempre desesperada, siempre enferma. Y mientras las gotas arrastraban los pedazos que murieron de mí, en la batalla del día anterior, yo miraba por la ventana como la luz aparecía, y como todo de repente se volvía calmo, se volvía frío, se volvía claro. Una especie de templo que nadie podía atravesar, simplemente por ignorar su existencia. Porque nadie se tomabala molestia de despertar, sentarse y observar, ese imperceptible flash incoloro que marcaba el cambio de un nuevo comienzo.
Cerré los ojos y respire profundo; el azul de la cortina que rodeaba la tina parecía reírse de mi apariencia. La tolla cubriendo mi piel y  el vapor que se condensaba en pequeñas gotas sobre el techo y el espejo.
No quería remover aquel manto etéreo de manchas blancas, quese dedicaba a mostrar solo el contorno de mi figura. Temía porque sabía lo que vería, y no quería afrontarme, una vez más a eso:un animal curioso cuya sonrisa trágica suprime el tiempo. El apagón de mi pequeña alma, la madrugada con sus dedos de aire. Un ser sin  fuerzas para mantenerse parado, mucho menos para intentar sentirse con vida.  
¿Y que es eso –la vida– después de todo? ¿Sentir comoel rocío que cubre el pasto a las dos de la madrugada moja las plantas de tus pies descalzos?, ¿Ver el vacío que se extiende por el melancólico cielo taciturno? ¿Sentir la lluvia, comer almendras, fumar un cigarrillo?
Es eso, o la búsqueda inagotable de un sentido que claramente no existe.
 
Deberíamos dedicarnos a ser, a sentir, ver, probar y escuchar sin pensar que lo estamos haciendo, o eltrasfondo absurdo de las circunstancias en que lo hacemos.  Como yo, temblando desnuda y con miedo de mi propia imagen. Con el linóleo blanco, la piel con frío, las sombras que producen los objetos cuando los toca la luz de la mañana. Sintiendo como cada detalle resplandece con una nitidez inigualable, y que no puedo dejar de percibir.
 
Así que así es. Después de aquello me sentaré y escribiré...