Lectura filosofica

Páginas: 12 (2815 palabras) Publicado: 8 de septiembre de 2015
Haruki Murakami
El timbre del teléfono me despierta pasada la una de la madrugada. Una llamada telefónica en plena noche siempre resulta violenta. Es como si alguien intentase destruir el mundo valiéndose de una brutal pieza metálica. Como miembro del género humano, tengo la obligación de acallarlo. Así que me levanto de la cama, voy a la salita de estar y descuelgo el auricular.
Una voz gravede hombre me da un aviso: una mujer ha desaparecido para siempre de este mundo. La voz pertenece al marido de la mujer. Por lo menos así se presentó. Y me dijo algo: “Mi mujer se suicidó el miércoles de la semana pasada y, en cualquier caso, pensé que debía comunicárselo”; eso me dijo. En cualquier caso. Su tono me pareció desprovisto de todo sentimiento. Daba la impresión de que dictara un textopara un telegrama. Apenas había silencios entre palabra y palabra. Un aviso puro y duro. La verdad sin ornamentos. Punto.
¿Qué respondí yo? Debí de decirle algo, pero no recuerdo qué. De todas formas, se hizo un silencio. Un silencio como si cada uno nos asomásemos a un extremo de un hondo agujero abierto en el medio de una carretera. Luego él colgó, sin más ni más, sin haber añadido nada. Como sisuavemente depositase una frágil obra de arte en el suelo. Y yo me quedé allí plantado, con el teléfono en la mano, absurdamente. En camiseta blanca y bóxers azules.
No sé de qué me conocía. ¿Le habría dicho ella que yo era un “viejo amante”? ¿Para qué? ¿Y cómo es que tenía mi número, si no viene en la guía telefónica? Además, para empezar, ¿por qué yo? ¿Por qué tuvo el marido que tomarse lamolestia de llamarme e informarme de que ella había desaparecido para siempre? Me resulta difícil creer que ella se lo pidiera por escrito en el testamento. De nuestra relación hacía una eternidad. Y una vez rota, nunca volvimos a vernos. Ni siquiera a hablar por teléfono.
Pero, en fin, eso no tenía importancia. El asunto es que no me dio ni una sola explicación. Él creyó que tenía que informarme deque su mujer se había suicidado. Y en algún sitio consiguió el número de teléfono de mi casa. Pero no vio necesario informarme de nada más. Todo indica que su intención era dejarme en ese punto intermedio entre el conocimiento y la ignorancia. Pero ¿por qué? ¿Pretendería hacerme pensar en algo?
¿En qué?
No lo sé. El número de interrogantes sólo fue en aumento. Como un niño que estampa su sello dejuguete sin ton ni son en su cuaderno.
Y es que ni siquiera tenía idea de por qué se había suicidado o cómo había puesto fin a su vida. Aunque hubiera querido averiguarlo, no habría podido. Desconozco dónde vivía y, ya puestos, ni siquiera sabía que se hubiera casado. Como es natural, tampoco sé su apellido de casada (el marido no me dijo su nombre por teléfono). ¿Cuánto tiempo había estado casada?¿Había tenido hijos, hijas?
No obstante, acepté sin más lo que el marido me había comunicado. No albergaba ninguna sospecha. Tras romper conmigo, ella siguió viviendo en este mundo, se enamoraría (probablemente) de alguien con quien luego se habría casado, y el miércoles de la semana pasada acabó con su vida por algún motivo, de algún modo. En cualquier caso. En la voz del marido había, sin duda,un vínculo profundo con el mundo de los muertos. En la quietud de la noche, fui capaz de sentir esa cruda conexión. Percibí la tirantez del hilo tensado y su agudo destello. En ese sentido, llamarme pasada la una de la madrugada —fuese o no su intención— era la opción correcta para él. A la una de la tarde seguramente no habría causado el mismo efecto.
Cuando por fin colgué el auricular y volví ala cama, mi mujer ya estaba despierta.
—¿Quién llamó? ¿Se murió alguien? —preguntó ella.
—No, nadie. Se confundieron de número —contesté arrastrando las palabras, con voz somnolienta.
Pero ella, por supuesto, no me creyó. Porque incluso en mi tono se percibía un atisbo de muerte. La conmoción que provoca una muerte reciente es altamente contagiosa. Se transforma en un temblorcillo que se propaga...
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