Lectura

Ha muerto mi perro, Y con él un pedazo de mi niñez.
Recuerdo aquellas tardes en que jugábamos incasablemente Junto a mis hermanos o algunas otras solitarias ambos. Al compañero ycómplice de emotivas aventuras tan inocentes.
El vagar alegre de tu presencia en cada fiesta y la timidez insoportable de regatear algún trozo de pan en la falda nuestra.
Artos días deverte amigo, siempre con el espíritu vivo y gozoso con el anhelo único de pijotear alguna caricia rápida de alguien.
La costumbre siempre de reposar sobre las piernas con cariñoinmenso y la juventud que siendo viejo no perdiste esa desatinada forma de querer.
Siempre al resguardo del hogar, ese interminable capricho de no dejar que los gatos merodearan lostapiales, la persecución inútil de los pajaritos que se reposaban en las plantas.
El único miedo era la tormenta, el estruendoso ruido de los rayos en el cielo, que atinabasdesesperadamente en refugiarte en la ventana o rogabas entrar a la casa., Pero que luego de la tempestad volvías sonriente al tu patio.
Oh, amigo. No fue grato el destino de verte envejecervanamente, ver como los huesos torpes tientan el camino., esa triste imagen de la sombra que desaparecía y tropezaba por las tardes de a poco Las fuertes heladas que asaltaban el umbralde plástico o el temblequeo agazapando el cuerpo ya débil y La luz que atravesaba las entrañas de la carne enferma…
Pero la muerte pareciese que se hubiera olvidado, sin ver la luzni oír los pájaros, solo dejo esa mueca de efímera inmortalidad pero cubierto de una cascara ya consumida por el tiempo.
Hoy solo queda un patio huérfano y solitario, una casucha allíafuera vacía con el olor aun al reposo de la última vez y los pelos sueltos dispersos en el aire extrañándote y la tierra cobija dolorosamente tu cuerpo cansado, helado, añejo.