LECTURA
Por supuesto, habría preferido estar solo en lugar de ir con sus compañeros de clase de la escuela cantonal suiza de Aarau y con su profesor de geología Friedrich Mühlberg. Odiabaque le llevaran de un lado a otro como un animal, pero se consolaba desconectando de los comentarios de Mühlberg y dedicando su atención y sus pensamientos a todo aquello de placentero quedescubría en el camino.
Aquel día, Mühlberg había decidido llevar al grupo hasta la cima del monte Säntis. Llovía ligeramente cuando se pusieron en marcha al amanecer, pero nadie se quejó porque la vistaneblinosa era absolutamente espectacular, siluetada sobre el tinte rojizo cada vez más claro del horizonte por oriente.
La pequeña tribu de estudiantes fue abriéndose paso durante horas hacia lacumbre. La lluvia se hizo más fuerte pero todos llevaban botas camperas así que fueron capaces de mantener el paso. Todos, naturalmente, menos Einstein. No había prestado excesiva atención a laropa con la que se vestía para la marcha y, en consecuencia, no hacía más que resbalarse y caerse por la pendiente al pisar con sus zapatos de calle.
Ya avanzada la mañana, los estudiantes habíanascendido bastante por aquel pico de 2.400 metros cuando ocurrió el incidente. El joven Einstein, espoleado en su curiosidad por cierto edelweiss que crecía en la oscura grieta de una mole rocosa,se inclinó demasiado y perdió el equilibrio. Mientras empezaba a caer dando tumbos intentó sujetarse a un arbusto, a un pedrusco, ¡a cualquier cosa!, pero en vano: se precipitaba hacia la...
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