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Páginas: 478 (119425 palabras) Publicado: 1 de noviembre de 2012
LA CASA DE LOS AMORES IMPOSIBLES
CRISTINA LÓPEZ BARRIO

PLAZA JANES

A Carlos y Lucía, que me regalaron tiempo para escribirla y mucho más. Y a mis padres y mi hermana Pitu, por todo.

...—yo tuve patria donde corre el Duero por entre grises peñas, y fantasmas de viejos encinares, allá en Castilla, mística y guerrera, Castilla la gentil, humilde y brava, Castilla del desdén y de lafuerza—... ANTONIO MACHADO, CXXV Campos de Castilla

No es el amor quien muere, somos nosotros mismos. Luis CERNUDA, XII Donde habite el olvido

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Olía a pólvora en el pueblo castellano, a sangre de perdiz y de conejo, a humo de chimenea. Los cazadores, envueltos por el otoño, lucían sus presas entre las primeras ráfagas de un viento dorado. En las puertas de las casas, las ancianas se sentabanformando hileras de toquillas de luto con las vecinas para murmurar acerca de los que pasaban junto a ellas. Sus voces, curtidas por una vida de sabañones, pucheros y misas, se confundían con el arrastrar de las hojas secas. En cambio, las mujeres más jóvenes se ocultaban tras los visillos de las ventanas para mirar a los cazadores sin que las vieran, para hablar de ellos sin sentir la cercaníade la muerte. Con la última luz del atardecer y después de haberse desollado los hocicos rastreando los montes, las jaurías tomaban la plaza y orinaban contra el pilón de la fuente de piedra con tres caños. También, si se les antojaba, orinaban en los portones de la iglesia cuyo campanario ofrecía vistas del Duero, o en las casas que mostraban escudos de armas erguidos en sus fachadas. Los ladridosasustaban a los burros, a los niños de las casas nobles y a los gatos, que se escondían entre los haces de leña apilados en los patios. Pero los cazadores, ajenos al escándalo, se entregaban al calor de la taberna de la plaza, donde el vino tinto y el cabrito asado los ayudaban a desprenderse de las serranías. A la salida, ebrios, encontraban a los perros apuñalados por las estrellas. Acudían alpueblo con la esperanza de cazar, además de perdices y conejos, un jabalí o un ciervo; y ese deseo fue el que, a finales de 1897, arrastró a un joven hacendado andaluz hasta el pueblo castellano. Llegó en la diligencia de la tarde acompañado de dos criados y un carro con la jauría de podencos canela que los había seguido a través de Despeñaperros y la meseta. Ocupó tres habitaciones de la mejorposada y un corral entero para los podencos canela. Sin embargo, las cuernas del ciervo que traía reflejadas en sus pupilas de aceituna se le borraron de golpe al amanecer del día siguiente, cuando salió a pasear y se chocó en una callejuela con unos ojos ámbar, los ojos de Clara Laguna. —Parecen de oro, chica, qué hermosa eres. —La tomó de un brazo. Ella intentó zafarse y derramó el cántaro quellevaba apoyado en la cintura. El agua resbaló como una culebra por las piedras de la callejuela. —Yo te lo llenaré otra vez en la fuente. —Puedo hacerlo sola. —Clara escapó hacia la plaza, pero él, riendo, la siguió. En aquella época del año, una niebla metálica cubría de madrugada la plaza. El hacendado andaluz vio cómo la silueta de la muchacha se hundía en ella hasta desaparecer. Detuvo suspasos. Un viento gélido le azotaba el rostro y le despeinaba los rizos aceitados de la nuca. El mundo se había espesado de repente, sumiéndolo en una ceguera que le impedía seguir a la muchacha. Quiso llamarla, pero la niebla era una mordaza de hielo. Le asaltó el recuerdo templado de su cortijo, de los

naranjos reventando de azahar bajo la brisa, hasta que las campanas de la iglesia tocaron lasánimas y su recuerdo se desvaneció lentamente junto con la niebla. Tras aquel tañido de muerto, Clara Laguna apareció en la fuente llenando el cántaro. —Está pálido —le dijo cuando él se le acercó atusándose los rizos—. Le está bien empleado por no dejarme en paz. —La culpa es de este tiempo castellano; cuesta acostumbrarse a él. —Si no le gusta, váyase por donde ha venido. Él se apoyó en el borde...
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