Lengua

Marshall Jevons

Asesinato en el margen




















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Uno

—Ya ves que hasta un loro podría ser un economista pasable, ¡bastaría con que le enseñaras a responder «oferta y demanda» a cualquier pregunta!
El profesor Henry Spearman se rió entre dientes mientras ayudaba a Pidge, su regordeta esposa, a sentarse en el mullido banco de la lancha.Acababa de explicarle el precio del viaje en taxi mediante un ejemplo de oferta y demanda. Esos seis dólares los habían transportado junto con su equipaje desde el aeropuerto de Charlotte Amalie hasta el embarcadero de Red Hook, frente a St. Thomas. Habían llegado a la última etapa de su viaje. La embarcación en la que acababan de montar los conduciría directamente a St. John, donde los Spearman prontoestarían disfrutando de una buena cena en el Cinnamon Bay Plantation, el hotel que habían escogido para sus vacaciones.
Ese mismo día habían ido desde Nueva York a las Islas Vírgenes y el vuelo había sido agotador, además, habían tenido que hacer una escala en el sofocante y abarrotado aeropuerto de San Juan. Spearman confiaba en que la tranquila travesía y el fresco aire del marcontrastarían gratamente con el tedio del viaje en avión.
No es que fuera enemigo de los aviones. De hecho, era el medio de transporte que más utilizaba. En los últimos años, el tiempo se había vuelto incluso más valioso para él, como solía advertir en los momentos de sosiego. Mientras la lancha iniciaba su recorrido de veinte minutos a través del estrecho de Pillsbury, Spearman pensaba en lofrecuentemente que se frustran nuestras expectativas. Cuando decidió emprender una carrera académica, en parte fue porque creía que tendría mucho tiempo libre para sus aficiones, viajar, la filatelia y la lectura, actividades a las que nunca pudo dedicarse su padre, cuyos negocios le exigían demasiadas horas de dedicación. Pero ahora, cuando Henry Spearman había cobrado renombre como economista, era raro quesu jornada laboral no superase incluso la de su padre. A medida que crecía su reputación, crecía también la demanda de sus servicios y en la misma proporción aumentaron sus honorarios por conferencias y columnas en los periódicos, así como los ingresos por las ventas de sus libros. Todo ello le planteaba una paradoja. Como su renta era mayor, pensaba que podría permitirse más actividadesvinculadas al ocio. Pero, al mismo tiempo, las vacaciones y otras ocupaciones semejantes le parecían un lujo que, al contrario de lo que ocurría cuando su renta era menor, no podía concederse. La paradoja, empero, no era tal para un economista que comprendía la doctrina del «coste de oportunidad». Por cada tarde que Spearman pasase disfrutando de su colección de sellos, sacrificaba la oportunidad detrabajar en una conferencia, un artículo o un libro que le aportarían pingües beneficios económicos. Poniendo todo en la balanza, escogió el trabajo y no el ocio. A medida que subían las ventas de sus libros y sus honorarios, aumentaba el coste del ocio. En consecuencia, casi nunca se tomaba vacaciones, tenía abandonada su colección de sellos y dejó de leer muchos libros que no estaban relacionados consus intereses profesionales.
Siempre le había costado explicar a su familia qué era exactamente lo que le absorbía tanto tiempo, un problema que jamás tuvo su padre. El viejo Spearman tenía una sastrería. Todos conocían la naturaleza de su trabajo. Se realizaba en la tienda, el producto era tangible y las recompensas y sinsabores adoptaban la forma de ganancias y pérdidas.
Lainvestigación académica era exactamente lo contrario. El profesor Spearman hacía buena parte de su trabajo mentalmente, o discretamente oculto en la sala de lectura de una biblioteca. El producto de su labor tomaba la forma de libros y artículos que no constituían directamente su salario. Dicho salario era de los más elevados del claustro de Harvard y no se hallaba sujeto a las vicisitudes del mercado,...