Lenguas

Páginas: 12 (2766 palabras) Publicado: 23 de septiembre de 2013
“La loca y el relato del crimen” de Ricardo Piglia

Gordo, difuso, melancólico, el traje de filafil verde nilo flotándole en el cuerpo, Almada salió ensayando un aire de secreta euforia para tratar de borrar su abatimiento. 
      Las calles se aquietaban ya; oscuras y lustrosas bajaban con un suave declive y lo hacían avanzarplácidamente, sosteniendo el ala del sombrero cuando el viento del río le tocaba la cara. En ese momento las coperas entraban en el primer turno. A cualquier hora hay hombres buscando una mujer, andan por la ciudad bajo el sol pálido, cruzan furtivamente hacia los dancings que en el atardecer dejan caer sobre la ciudad una música dulce. Almada se sentía perdido, lleno de miedo y de desprecio. Con eldesaliento regresaba el recuerdo de Larry: el cuerpo distante de la mujer, blando sobre la banqueta de cuero, las rodillas abiertas, el pelo rojo contra las lámparas celestes del New Deal. Verla de lejos, a pleno día, la piel gastada, las ojeras, vacilando contra la luz malva que bajaba del cielo: altiva, borracha, indiferente, como si él fuera una planta o un bicho. "Poder humillarla una vez",pensó. "Quebrarla en dos para hacerla gemir y entregarse". 
      En la esquina, el local del New Deal era una mancha ocre, corroída, más pervertida aún bajo la neblina de las seis de la tarde. Parado enfrente, retacón, ensimismado, Almada encendió un cigarrillo y levantó la cara como buscando en el aire el perfume maligno de Larry. Se sentía fuerte ahora, capaz de todo, capaz de entrar al cabaret ysacarla de un brazo y cachetearla hasta que obedeciera. "Años que quiero levantar vuelo", pensó de pronto. "Ponerme por mi cuenta en Panamá, Quito, Ecuador". En un costado, tendida en un zaguán, vio el bulto sucio de una mujer que dormía envuelta en trapos. Almada la empujó con un pie. 
      -Che, vos -dijo. 
      La mujer se sentó tanteando el aire y levantó la cara como enceguecida.       -¿Cómo te llamás? -dijo él. 
      -¿Quién? 
      -Vos. ¿O no me oís? 
      -Echevarne Angélica Inés -dijo ella, rígida-. Echevarne Angélica Inés, que me dicen Anahí. 
      -¿Y qué hacés acá? 
      -Nada -dijo ella-. ¿Me das plata? 
      -Ahá, ¿querés plata? 
      -La mujer se apretaba contra el cuerpo un viejo sobretodo de varón que la envolvía como una túnica. 
      -Bueno -dijo él-. Si tearrodillás y me besás los pies te doy mil pesos. 
      -¿Eh? 
      -¿Ves? Mirá -dijo Almada agitando el billete entre sus deditos mochos-. Te arrodillás y te lo doy. 
      -Yo soy ella, soy Anahí. La pecadora, la gitana. 
      -¿Escuchaste? -dijo Almada-. ¿O estás borracha? 
      -La macarena, ay macarena, llena de tules -cantó la mujer y empezó a arrodillarse contra los trapos que lecubrían la piel hasta hundir su cara entre las piernas de Almada. Él la miró desde lo alto, majestuoso, un brillo húmedo en sus ojitos de gato. 
      -Ahí tenés. Yo soy Almada -dijo, y le alcanzó el billete-. Comprate perfume. 
      -La pecadora. Reina y madre -dijo ella-. No hubo nunca en todo este país un hombre más hermoso que Juan Bautista Bairoletto, el jinete. 
      Por el tragaluz deldancing se oía sonar un piano débilmente, indeciso. Almada cerró las manos en los bolsillos y enfiló hacia la música, hacia los cortinados color sangre de la entrada. 
      -La macarena, ay macarena -cantaba la loca-. Llena de tules y sedas, la macarena, ay, llena de tules -cantó la loca. 
      Antúnez entró en el pasillo amarillento de la pensión de Viamonte y Reconquista, sosegado, manso ya,agradecido a esa sutil combinación de los hechos de la vida que él llamaba su destino. Hacía una semana que vivía con Larry. Antes se encontraban cada vez que él se demoraba en el New Deal sin elegir o querer admitir que iba por ella; después, en la cama, los dos se usaban con frialdad y eficacia, lentos, perversamente. Antúnez se despertaba pasado el mediodía y bajaba a la calle,...
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