leyendas
iNDICE
Indice
Recopiladores
La Malinche
La Leyenda de los Volcanes
La Llorona
La Casa del Trueno
La Mulata de Córdoba
Las Calles del Indio Triste
La Calle de Don Juan Manuel
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Recopiladores:
Alan Eduardo Ramírez Mier
Ana Melissa Huerta Coba
Ana Mercedes Corona Ramírez
Araceli Contreras Cuba
Fernanda MendietaJiménez
Guadalupe González Medina
Joel Michel Romero Murguía
Jonathan Irving Flores Zarate
Marcos De Gante García
La Malinche
Es la montaña Malintzin de un aspecto bello y hermoso que se levanta implorando lluvias de los altos cielos.
Y no es raro presenciar nubes que arrebata el viento, pero las de la Malintzin son seguros aguaceros.
Una vez consumada la conquista, los aztecas, al saber queMarina había muerto, trataron de recuperar su
cuerpo.
Cuando lo tuvieron en su poder lo escondieron en muchos lugares tratando de evitar que cayera en manos de
los españoles.
En una montaña descubrieron una cueva gigantesca, y en el caballo que le había regalado Cortés la montaron
y la subieron al cerro y la internaron en el fondo de la cueva que sellaron con grandes rocas.
Apostaron guardiasen puntos estratégicos para cuidarla.
Desde entonces los nativos de la montaña la llaman Malintzin y desde su cresta nos manda aguaceros.
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Se mira una silueta que describe su cuerpo que dormido pide las lluvias del cielo.
La Leyenda de los Volcanes
Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra.
Pero no sonaban ni los teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía rebotarsus percusiones en las calles y
en los templos. Tampoco las chirimías esparcían su aflautado tono en el vasto valle del Anáhuac y sobre el
verdiazul espejeante de los cinco lagos (Chalco, Xochimilco, Texcoco, Ecatepec y Tzompanco) se reflejaba
un menguado ejército en derrota. El caballero águila, el caballero tigre y el que se decía capitán coyote traían
sus rodelas rotas y los penachosdestrozados y las ropas tremolando al viento en jirones ensangrentados.
Allá en los cúes y en las fortalezas de paso estaban apagados los braseros y vacíos de tlecáxitl que era el
sahumerio ceremonial, los enormes pebeteros de barro con la horrible figura de Texcatlipoca el dios cojo de la
guerra. Los estándares recogidos y el consejo de los Yopica que eran los viejos y sabios maestros del arte de
laestrategia, aguardaban ansiosos la llegada de los guerreros para oír de sus propios labios la explicación de
su vergonzosa derrota.
Hacía largo tiempo que un grande y bien armando contingente de guerreros aztecas había salido en son de
conquista a las tierras del Sur, allá en donde moraban los Ulmecas, los Xicalanca, los Zapotecas y los Vixtotis
a quienes era preciso ungir al ya enorme señoríodel Anáhuac. Dos ciclos lunares habían transcurrido y se
pensaba ya en un asentamiento de conquista, sin embargo ahora regresaban los guerreros abatidos y llenos de
vergüenza.
Durante dos lunas habían luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna, pero a pesar de su valiente
lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en el Calmecac, que era así llamada la Academia de la
Guerra,volvían diezmados, con las mazas rotas, las macanas desdentadas, maltrechos los escudos aunque
ensangrentados con la sangre de sus enemigos.
Venía al frente de esta hueste triste y desencantada, un guerrero azteca que a pesar de las desgarraduras de sus
ropas y del revuelto penacho de plumas multicolores, conservaba su gallardía, su altivez y el orgullo de su
estirpe.
Ocultaban los hombres susrostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a esconder a sus hijos para que
no fueran testigos de a que retorno deshonroso.
Sólo una mujer no lloraba, atónita miraba con asombro al bizarro guerrero azteca que con su talante altivo y
ojo sereno quería demostrar que había luchado y perdido en buena lid contra un abrumador número de
hombres de las razas del Sur.
La mujer palideció y su...
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