libro cadiz de benito perez galdos

Páginas: 289 (72111 palabras) Publicado: 5 de abril de 2013
Cádiz
Benito Pérez Galdós
1878
Capítulos: I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII,
XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XXI, XXII, XXIII,
XXIV, XXV, XXVI, XXVII, XXVIII, XXIX, XXX, XXXI,
XXXII, XXXIII, XXXIV, XXXV
I
En una mañana del mes de Febrero de 1810 tuve que salir de
la Isla,donde estaba de guarnición, para ir a Cádiz, obedeciendo
a un aviso tandiscreto como breveque cierta dama tuvo la
bondad de enviarme. El díaera hermoso, claro y alegre cual de
Andalucía, y recorrí con otroscompañeros, que hacia el mismo
punto si no con igual objeto caminaban,el largo istmo que sirve
para que el continente no tenga la desdicha deestar separado de
Cádiz; examinamos al paso las obras admirables deTorregorda,
la Cortadura y Puntales, charlamos con los frailesypersonas
graves que trabajaban en las fortificaciones; disputamos sobresi
se percibían claramente o no las posiciones de los franceses al
otrolado de la bahía; echamos unas cañas en el figón de Poenco,
junto a laPuerta de Tierra, y finalmente, nos separamos en la
plaza de San Juan deDios, para marchar cada cual a su destino.
Repito que era en Febrero, yaunque no puedo precisar el día, sí

afirmoque corrían los principios dedicho mes, pues aún estaba
calentita la famosa respuesta: «La ciudad deCádiz, fiel a los
principios que ha jurado, no reconoce otro rey que alseñor D.
Femando VII. 6 de Febrero de 1810».
Cuando llegué a la calle de la Verónica, y a la casa de doña
Flora, estame dijo:
—¡Cuán impaciente está la señora condesa, caballerito, y
cómo se conoceque se ha distraídousted mirando a las majas
que van a alborotar a casadel señor Poenco en Puerta de Tierra!
—Señora—le respondí—juro a usted que fuera de Pepa
Hígados, laChurriana, y María de las Nieves, la de Sevilla, no
había moza alguna encasa de Poenco. También pongo a Dios
por testigo de que no nos detuvimosmás que una hora y esto
porque no nos llamaran descorteses y maloscaballeros.
—Me gusta la frescuracon que lo dice—exclamó con enfado
doña Flora—.Caballerito, la condesa y yo estamos muy
incomodadas con usted, síseñor. Desde el mes pasado en que mi
amiga acertó a recoger en el Puertoesta oveja descarriada, no ha
venido usted a visitarnos más que dos otres veces, prefiriendo en
sus horas de vagar y esparcimiento lacompañía de soldados y
mozas alegres, al trato de personas graves ydelicadasque tan
necesario es a un jovenzuelo sin experiencia. ¡Quésería de ti—
añadió reblandecida de improviso y en tono de confianza—
,tierna criatura lanzada en tan temprana edad a los torbellinos
delmundo, si nosotras, compadecidas de tu orfandad, no te
agasajáramos ycuidáramos, fortaleciéndote a la vez el cuerpecito
con sanos y gustososplatos, el alma con sabios consejos!
Desgraciado niño...Vaya seacabaron los regaños, picarillo.
Estás perdonado; desde hoy se acabó elmirar a esas

desvergonzadas muchachuelas que van a casa de Poenco
ycomprenderás todo lo que vale un trato honesto y circunspecto
conpersonas de peso y suposición. Vamos, dime lo que quieres
almorzar. ¿Tequedarás aquí hasta mañana? ¿Tienes alguna
herida, contusión o rasguño,para curártelo en seguida? Si
quieresdormir, ya sabes que junto a micuarto hay una alcobita
muy linda.
Diciendo esto, doña Flora desarrollaba ante mis ojos en toda
sumagnificencia y extensión el panorama de gestos, guiños,
saladas muecas,graciosos mohínes, arqueos de ceja, repulgos de
labios y demás signosdel lenguaje mudo que en su arrebolado y
con cien menjurjes albardadorostro servía para dar mayor fuerza
a la palabra. Luegoque le di misexcusas, dichas mitad en serio
mitad en broma, comenzó a dictar órdenesseveras para la obra
de mi almuerzo, atronando la casa, y a este puntosalió
conteniendo la risa la señora condesa que había oído la
anteriorretahíla.
—Tiene razón—me dijo después que nos saludamos—; el Sr.
D. Gabriel esun chiquilicuatro sin fundamento, y mi amiga haría
muy bien en ponerleuna calza al pie....
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