Libro El Fantasista

Páginas: 196 (48776 palabras) Publicado: 9 de junio de 2012
 
HERNÁN RIVERA LETELIER EL FANTASISTA EDITORIAL ALFAGUARA  BUENOS AIRES -ARGENTINA PRIMERA EDICIÓN: MARZO DE 2007 I.S.B.N.:978-987-04-0650-1
A Oscar Báez, por mantener vivo El recuerdo de Coya Sur 
I

Fue un lunes de octubre cuando aparecieron caminando por en medio de la calle de-sierta. Era la hora de la siesta en la pampa. En el aire no corría un carajo de viento y un solde sacrificiofundía los ánimos de todo lo que respirara sobre la faz de la tierra.El hombre y la mujer avanzaban silenciosos bajo la incandescencia del cielo.Él venía delante, y ella, dos pasos atrás; ella cargaba una pequeña maleta de maderacon esquinas de metal, y él traía una pelota de fútbol bajo el brazo, blanca y con cascos debizcochos (de entradita supimos que era una de esas profesionales).Los quedamosmirando sorprendidos.El hombre vestía una camisa tropical, un pantalón demasiado ancho para su talla y za-patillas de lona, y llevaba la pelota igual que los arqueros en los desfiles de inauguración decampeonato. Aunque demostraba tener unos cuarenta años, y parecía cojear levemente deno se sabía cuál de sus piernas arqueadas, caminaba con la actitud y la pachorra de un
crack.
Además, cosaextraña para nosotros, llevaba un cintillo en la frente. Detrás suyo,delgada y pequeña, mucho más joven que él, su melena roja ardiendo bajo el sol, la mujer loseguía con una mansedumbre de animal doméstico. Él traía el rostro bañado en sudor, ellano transpiraba una sola gota.—Esos dos parecen empampados —dijo alguien entre nosotros, tal vez el Cocata Martínez, que trabajaba en la fábrica de hieloy paletas de helado.La calle Balmaceda, por donde entraron, era la calle del comercio y la entrada princi-pal del campamento (Coya Sur tenía sólo seis calles, y las seis de tierra). Pero ellos no apa-recieron por el lado de la pulpería, que era por donde se llegaba desde las demás salitreras,sino por el lado de la Biblioteca Pública. Y eso significaba una sola cosa: que la pareja de aparecidos veníacaminando, a pleno sol, desde la mismísima carretera Panamericana, distante unos cuantos kilómetros hacia el oriente.El hombre y la mujer cruzaban frente a la cancha de rayuela cuando fueron envueltos por un intempestivo remolino de arena; uno de esos remolinos gigantescos que aparecían bramando por cualquier lado, haciendo batir con estrépito puertas y ventanas, desparramando la basura de lostechos y ovillando el ecuménico hastío de la tarde pampina.Ellos sólo atinaron a detenerse y cerrar los ojos: la mujer afirmándose las polleras sin soltar la maleta; el hombre con la pelota bajo el brazo, las piernas abiertas en compás y la cabeza gacha, lo mismo que un futbolista recibiendo instrucciones para ingresar a la cancha, o como el hermano Zacarías Ángel orando en la calle antes de largarse apredicar el advenimiento de la segunda venida de Cristo.Cuando el remolino terminó de pasar y se perdió por el lado del Rancho Huachipato(donde segundos antes los cuatro electricistas del campamento, como cuatro ánimas de mediodía, acababan de entrar, sigilosamente, en fila india), el hombre y la mujer abrieron los ojos, escupieron arenilla, se sacudieron un poco la ropa y siguieron su camino.Enrealidad parecían no ir a ninguna parte.Media cuadra más adelante, atraídos tal vez por el bolero de José Feliciano que bostezaba el wurlitzer —y que amelcochaba aún más la canícula de la siesta—, se detuvieron ante las puertas de la pastelería Ibacache, justo enfrente de nosotros. Ahí se dejaron caer descoyuntados, adosando sus espaldas a las tibias calaminas del frontis. Aunque hasta ese momento nohabían cruzado una sola palabra entre ellos, la mujer, que no dejaba de mascar chicle y hacer globitos rosados, daba la impresión de ser mucho más silenciosa y desvalida que él. En su actitud había un aire casi de penitencia.Nosotros nos hallábamos sombreando bajo el alero de cañas del Rancho Grande, capeando el calor con los helados que nos había traído el Cocata Martínez y comentando las...
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