LIBRO :La muerte tiene permiso
LA MUERTE TIENE PERMISO*
Edmundo Valadés
Sobre el estrado, los ingenieros conversan, ríen. Se golpean unos a otros con bromas
incisivas. Sueltan chistes gruesos cuyo clímax es siempre áspero. Poco a poco su atención
se concentra en el auditorio. Dejan de recordar la última juerga, las intimidades de la
muchacha que debutó en la casa de recreo a la que son asiduos.El tema de su charla
son ahora esos hombres, ejidatarios congregados en una asamblea y que están ahí abajo,
frente a ellos.
- Sí, debemos redimirlos. Hay que incorporarlos a nuestra civilización,
limpiándolos por fuera y enseñándolos a ser sucios por dentro...
- Es usted un escéptico, ingeniero. Además, pone usted en tela de juicio
nuestros esfuerzos, los de la Revolución.
- ¡Bah! Todo es inútil.Estos jijos son irredimibles. Están podridos en alcohol,
en ignorancia. De nada ha servido repartirles tierras.
- Usted es un superficial, un derrotista, compañero. Nosotros tenemos la
culpa. Les hemos dado las tierras, ¿y qué? Estamos ya muy satisfechos.
Y el crédito, los abonos, una nueva técnica agrícola, maquinaria, ¿van a
inventar ellos todo eso?
El presidente, mientras se atusa los enhiestosbigotes, acariciada asta por la que iza sus
dedos con fruición, observa tras sus gafas, inmune al floreteo de los ingenieros. Cuando
el olor animal, terrestre, picante, de quienes se acomodan en las bancas, cosquillea su
olfato, saca un paliacate y se suena las narices ruidosamente. Él también fue hombre del
campo. Pero hace ya mucho tiempo. Ahora, de aquello, la ciudad y su posición sólo le handejado el pañuelo y la rugosidad de sus manos.
Los de abajo se sientan con solemnidad, con el recogimiento del hombre campesino que
penetra en un recinto cerrado: la asamblea o el templo. Hablan parcamente y las palabras
que cambian dicen de cosechas, de lluvias, de animales, de créditos. Muchos llevan sus
itacates al hombro, cartucheras para combatir el hambre. Algunos fuman, sosegadamente,
sinprisa, con los cigarrillos como si les hubieran crecido en la propia mano.
Otros, de pie, recargados en los muros laterales, con los brazos cruzados sobre el pecho,
hacen una tranquila guardia.
*
La muerte tiene permiso, publicado originalmente en 1955 dentro del libro de mismo título, es considerado uno de los cuentos ya
clásicos de la literatura mexicana contemporánea. Su autor, Edmundo Valadés(Guaymas, Sonora, 1915), es uno de los mejores
exponentes del cuento en México, periodista y, por muchos años, director de la revista El Cuento, muy importante en la difusión
del género.
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CODHEM
El presidente agita la campanilla y su retintín diluye los murmullos. Primero empiezan los
ingenieros. Hablan de los problemas agrarios, de la necesidad de incrementar la
producción, de mejorar loscultivos. Prometen ayuda a los ejidatarios, los estimulan a
plantear sus necesidades.
- Queremos ayudarlos, pueden confiar en nosotros.
Ahora, el turno es para los de abajo. El presidente los invita a exponer sus asuntos. Una
mano se alza, tímida. Otras la siguen. Van hablando de sus cosas: el agua, el cacique, el
crédito, la escuela. Unos son directos, precisos; otros se enredan, no atinan aexpresarse.
Se rascan la cabeza y vuelven el rostro a buscar lo que iban a decir, como si la idea se
les hubiera escondido en algún rincón, en los ojos de un compañero o arriba, donde cuelga
un candil.
Allí, en un grupo, hay cuchicheos. Son todos del mismo pueblo. Les preocupa algo grave.
Se consultan unos a otros: consideran quién es el que debe tomar la palabra.
- Yo crioque Jilipe: sabemucho...
- Ora, tú, Juan, tú hablaste aquella vez...
No hay unanimidad. Los aludidos esperan ser empujados. Un viejo, quizá el patriarca,
decide:
- Pos que le toque a Sacramento...
Sacramento espera.
- Ándale, levanta la mano...
La mano se alza, pero no la ve el presidente. Otras son más visibles y ganan el turno.
Sacramento escudriña al viejo. Uno, muy joven, levanta la suya, bien alta. Sobre el...
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