Libro

Páginas: 178 (44305 palabras) Publicado: 4 de marzo de 2010
CUENTOS DE AMOR, DE LOCURA Y DE MUERTE

Horacio Quiroga

CUENTOS DE AMOR, DE LOCURA Y DE MUERTE

Horacio Quiroga

UNA ESTACIÓN DE AMOR

PRIMAVERA

Era el martes de carnaval. Nébel acababa de entrar en el corso, ya al oscurecer, y mientras deshacía un paquete de serpentinas miró al carruaje de delante. Extrañado de una cara que no había visto en el coche la tarde anterior, preguntó asus compañeros: –¿Quién es? No parece fea. –¡Un demonio! Es lindísima. Creo que sobrina, o cosa así, del doctor Arrizabalaga. Llegó ayer, me parece... Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una chica muy joven aún, acaso no más de catorce años, pero ya núbil. Tenía, bajo cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonioexclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules, largos, perdiéndose hacia las sienes entre negras pestañas. Tal vez un poco separados, lo que da, bajo una frente tersa, aire de mucha nobleza o gran terquedad. Pero sus ojos, tal como eran, llenaban aquel semblante en flor con la luz de su belleza. Y al sentirlos Nébel detenidos un momento en los suyos, quedó deslumbrado. –¡Qué encanto! –murmuró,quedando inmóvil con una rodilla en el almohadón del surrey. Un momento después las serpentinas volaban hacia la victoria. Ambos carruajes estaban ya enlazados por el puente colgante de papel, y la que lo ocasionaba sonreía de vez en cuando al galante muchacho. Mas aquello llegaba ya a la falta de respeto a personas, cocheros y aún al carruaje: las serpentinas llovían sin cesar. Tanto fue, que las dospersonas sentadas atrás se volvieron y, bien que sonriendo, examinaron atentamente al derrochador. –Quiénes son? –preguntó Nébel en voz baja. –El doctor Arrizabalaga... Cierto que no lo conoces. La otra es la madre de tu chica... Es cuñada del doctor.

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CUENTOS DE AMOR, DE LOCURA Y DE MUERTE

Horacio Quiroga

Como en pos del examen, Arrizabalaga y la señora se sonrieran francamente anteaquella exuberancia de juventud, Nébel se creyó en el deber de saludarlos, a lo que respondió el terceto con jovial condescendencia. Este fue el principio de un idilio que duró tres meses, y al que Nébel se creyó en el deber de saludarlos, a lo que respondió el terceto con jovial condescendencia. Mientras continuó el corso, y en Concordia se prolonga hasta horas increíbles, Nébel tendióincesantemente su brazo hacia adelante, tan bien que el puño de su camisa, desprendido, bailaba sobre la mano. Al día siguiente se reprodujo la escena; y como esta vez el corso se reanudaba de noche con batalla de flores, Nébel agotó en un cuarto de hora cuatro inmensas canastas. Arrizabalaga y la señora se reían, volviendo la cabeza a menudo, y la joven no apartaba casi sus ojos de cabeza a menudo, y lajoven no apartaba casi sus ojos de Nébel. Este echó una mirada de desesperación a sus canastas vacías. Mas sobre el almohadón del surrey quedaba aún uno, un pobre ramo de siemprevivas y jazmines del país. Nébel saltó con él sobre la rueda de los jazmines del país. Nébel saltó con él sobre la rueda del surrey, dislocóse casi un tobillo, y corriendo a la victoria, jadeante, empapado en sudor y con elentusiasmo a flor de ojos, tendió el ramo a al joven. Ella buscó atolondradamente otro, pero no lo tenía. Sus acompañantes se reían. –¡Pero loca! –le dijo la madre, señalándole el pecho–. ¡Ahí tienes uno! El carruaje arrancaba al trote. Nébel que había descendido afligido del estribo, corrió y alcanzó el ramo que la joven le tendía con el cuerpo casi fuera del coche. Nébel había llegado tres díasatrás de Buenos Aires, donde concluía su bachillerato. Había permanecido allá siete años, de modo que su conocimiento de la sociedad actual de Concordia era mínimo. Debía quedar aún quince días en su ciudad natal, disfrutados en pleno sosiego de alma, sino de cuerpo. Y he aquí que desde el segundo día perdía toda su serenidad. Pero en cambio, ¡qué encanto! –¡Qué encanto! –se repetía pensando en...
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