libro

Páginas: 146 (36258 palabras) Publicado: 5 de abril de 2013
El muchacho se llamaba Santiago. Comenzaba a oscurecer cuando llegó con su rebaño frente a una vieja iglesia abandonada. El techo se había derrumbado hacía mucho tiempo y un enorme sicomoro había crecido en el lugar que antes ocupaba la sacristía.
Decidió pasar allí la noche. Hizo que todas las ovejas entrasen por la puerta en ruinas y luego colocó algunas tablas de manera que no pudieran huirdurante la noche. No había lobos en aquella región, pero cierta vez una se había escapado por la noche y él se había pasado todo el día siguiente buscando a la oveja prófuga.
 
 
 
Extendió su chaqueta en el suelo y se acostó, usando el libro que acababa de leer como almohada. Recordó, antes de dormir, que tenía que comenzar a leer libros más gruesos: se tardaba más en acabarlos yresultaban ser almohadas más confortables durante la noche.
Aún estaba oscuro cuando se despertó. Miró hacia arriba y vio que las estrellas brillaban a través del techo semiderruido.
«Hubiera querido dormir un poco más», pensó. Había tenido el mismo sueño que la semana pasada y otra vez se había despertado antes del final.
Se levantó y tomó un trago de vino. Después cogió el cayado y empezó a despertara las ovejas que aún dormían. Se había dado cuenta de que, en cuanto él se despertaba, la mayor parte de los animales también lo hacía. Como si hubiera alguna misteriosa energía que uniera su vida a la de aquellas ovejas que desde hacía dos años recorrían con él la tierra, en busca de agua y alimento. «Ya se han acostumbrado tanto a mí que conocen mis horarios», dijo en voz baja. Reflexionó unmomento y pensó que también podía ser lo contrario: que fuera él quien se hubiese acostumbrado al horario de las ovejas. Algunas de ellas, no obstante, tardaban un poco más en levantarse;
el muchacho las despertó una por una con su cayado, llamando a cada cual por su nombre. Siempre había creído que las ovejas eran capaces de entender lo que él les decía. Por eso de vez en cuando les leíafragmentosde los libros que le habían impresionado, o les hablaba de
la soledad y de la alegría de un pastor en el campo, o les comentaba las últimas novedades que veía en las ciudades por las que solía pasar.
En los dos últimos días, sin embargo, el asunto que le preocupaba no había sido más que uno: la hija del comerciante que vivía en la ciudad adonde llegarían dentro de cuatro días. Sólo había estadoallí una vez, el año anterior. El comerciante era dueño de una tienda de tejidos y le gustaba presenciar siempre el esquileo de las ovejas para evitar falsificaciones. Un amigo le había indicado la tienda, y el pastor llevó allí sus ovejas.
-Necesito vender lana -le dijo al comerciante.
La tienda del hombre estaba llena, y el comerciante rogó al pastor que esperase hasta el atardecer. Elmuchacho se sentó en la acera de enfrente de la tienda y sacó un libro de su zurrón.

-No sabía que los pastores fueran capaces de leer libros -dijo una voz femenina a su lado.
Era una joven típica de la región de Andalucía, con sus cabellos negros y lisos y unos ojos que recordaban vagamente a los antiguos conquistadores moros.
-Es porque las ovejas enseñan más que los libros -respondió el muchacho.Se quedaron conversando durante más de dos horas. Ella le contó que era hija del comerciante y le habló de la vida en la aldea, donde cada día era igual que el anterior. El pastor le habló de los campos de Andalucía y sobre las últimas novedades que había visto en las ciudades que había visitado. Estaba contento por no tener que conversar siempre con las ovejas.
-¿Cómo aprendiste a leer? -lepreguntó la moza en un momento dado.
-Como todo el mundo -repuso el chico-. Yendo a la escuela.
-¿Y si sabes leer, por qué no eres más que un pastor?
El muchacho dio una disculpa cualquiera para no responder a aquella pregunta. Estaba seguro de que la muchacha jamás lo entende- ría. Siguió contando sus historias de viaje, y los ojillos moros se abrían
y se cerraban de espanto y sorpresa. A...
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