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Páginas: 687 (171717 palabras) Publicado: 25 de octubre de 2013
El Padrino
Mario Puzo

“Detrás de cada gran fortuna hay un crimen” (Balzac)

PRIMERA PARTE

1

Amerigo Bonasera estaba sentado en la Sala 3 de lo Criminal de la Corte de
Nueva York. Esperaba justicia. Quería que los hombres que tan cruelmente
habían herido a su hija, y que, además, habían tratado de deshonrarla, pagaran
sus culpas.
El juez, un hombre de formidable aspecto físico, serecogió las mangas de la
toga, como si se dispusiera a castigar físicamente a los dos jóvenes que
permanecían de pie delante del tribunal. Su expresión era fría y majestuosa.
Sin embargo, Amerigo Bonasera tenía la sensación de que en todo aquello
había algo de falso, aunque no podía precisar el qué.
– Actuaron ustedes como unos completos degenerados –dijo el juez,
severamente.
Eso, eso,pensó Amerigo Bonasera. Animales. Animales. Los dos jóvenes, con
el cabello bien cortado y peinado, y el rostro claro y limpio, eran la viva imagen
de la contrición. Al oír las palabras del juez, bajaron humildemente la cabeza.
– Actuaron ustedes como bestias salvajes –prosiguió el juez–; y menos mal
que no agredieron sexualmente a aquella pobre chica, pues ello les hubiera
costado una pena deveinte años.
El representante de la justicia hizo una pausa. Sus ojos, enmarcados por unas
cejas sumamente pobladas, miraron disimuladamente al pálido Amerigo
Bonasera, para luego detenerse en un montón de documentos relacionados
con el caso que tenía delante. Frunció el ceño, como si lo que iba a decir a
continuación estuviera en desacuerdo con su punto de vista.
– Pero teniendo en cuentasu edad, su limpio historial, la buena reputación de
sus familias... y porque la ley, en su majestad, no busca venganzas de tipo
alguno, les condeno a tres años de prisión. La sentencia queda en suspenso.
Gracias a que llevaba cuarenta años en contacto más o menos directo con el
dolor, pues era propietario de una funeraria, el rostro de Amerigo Bonasera no
dejó traslucir en absoluto ladecepción y el inmenso odio que le embargaban.
Su joven y bella hija estaba todavía en el hospital, reponiéndose de su
mandíbula rota ¿y aquellos dos bestias iban a quedar en libertad? ¡Todo había
sido una farsa! Miró a los felices padres, que en ese momento rodeaban a sus
queridos hijos, y pensó que eran plenamente dichosos; no cabía la menor
duda, sus sonrisas así lo indicaban.

Por la gargantade Bonasera subió una hiel negra y amarga, que le llegó a los
labios a través de los dientes fuertemente apretados. Se limpió la boca con el
blanco pañuelo que llevaba en el bolsillo. En aquel preciso instante los dos
jóvenes pasaron junto a él, sonrientes y confiados, sin dignarse a dirigirle una
mirada. Bonasera no dijo nada; se limitó a apretar el pañuelo contra sus labios.
Los padres delos bestias iban detrás. Tanto ellos como ellas tenían más o
menos su edad; pero vestían de forma más americana. Le miraron a
hurtadillas. La vergüenza se reflejaba en sus caras, aunque en sus ojos brillaba
una luz triunfante. Entonces Bonasera perdió el control.
– ¡Os prometo que lloraréis como yo he llorado! –gritó amargamente–. ¡Os haré
llorar como vuestros hijos me hacen llorar a mí!–había llevado el pañuelo hasta
sus ojos.
Los abogados defensores, con la mano en el brazo de sus defendidos,
indicaron a éstos que siguieran pasillo adelante, pues los dos jóvenes habían
retrocedido unos pasos, como si quisieran proteger a sus padres, aunque ya un
gigantesco alguacil corría para cerrar el paso a Bonasera. Pese a todo, no era
necesario.
Durante los años que llevaba en América,Amerigo Bonasera había confiado en
la ley, y no había tenido problemas. En ese momento, a pesar de que en su
cerebro hervía el odio, a pesar de sus inmensos deseos de comprar un arma y
matar a los dos jóvenes, Bonasera se volvió hacia su mujer, que todavía no se
había dado cuenta de la farsa que se había desarrollado ante sus ojos.
– Nos han puesto en ridículo –le dijo.
Guardó silencio y...
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