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El espíritu de partido que, al presente, agita a nuestros estados se encendería entonces con mayor encono, hallándoseausente la fuente del poder, que únicamente puede reprimirlo. Además los magnates de las capitales no sufrirían lapreponderancia de los metropolitanos, a quienes considerarían como a otros tantos tiranos: sus celos llegarían hasta elpunto de comparar a éstos con los odiososespañoles. En fin, una monarquía semejante sería un coloso disforme, que supropio peso desplomaría a la menor convulsión.M. de Pradt ha dividido sabiamente a la América en quince a diecisiete estados independientes entre sí, gobernados porotros tantos monarcas. Estoy de acuerdo en cuanto a lo primero, pues la América comporta la creación de diecisietenaciones; en cuanto a lo segundo, aunque es másfácil conseguirlo, es menos útil, y así no soy de la opinión de lasmonarquías americanas. He aquí mis razones: el interés bien entendido de una república se circunscribe en la esfera de suconservación, prosperidad y gloria. No ejerciendo la libertad imperio, porque es precisamente su opuesto, ningúnestimulo excita a los republicanos a extender los términos de su nación, en detrimento de suspropios medios, con elúnico objeto de hacer participar a sus vecinos de una constitución liberal. Ningún derecho adquieren, ninguna ventajasacan venciéndolos; a menos que los reduzcan a colonias, conquistas o aliados, siguiendo el ejemplo de Roma. Máximas yejemplos tales, están en oposición directa con los principios de justicia de los sistemas republicanos; y aun diré más, enoposición manifiesta conlos intereses de sus ciudadanos: porque un estado demasiado extenso en sí mismo o por susdependencias, al cabo viene en decadencia y convierte su forma libre en otra tiránica; relaja los principios que debenconservarla y ocurre, por último, al despotismo. El distintivo de las pequeñas repúblicas es la permanencia, el de lasgrandes es vario; pero siempre se inclina al Imperio. Casi todas las primerashan tenido una larga duración; de lassegundas sólo Roma se mantuvo algunos siglos, pero fue porque era república la capital y no lo era el resto de susdominios, que se gobernaban por leyes e instituciones diferentes.Muy contraria es la política de un rey cuya inclinación constante se dirige al aumento de sus posesiones, riquezas yfacultades: con razón, porque su autoridad crece con estasadquisiciones, tanto con respecto a sus vecinos como a suspropios vasallos, que temen en él un poder tan formidable cuanto es su Imperio, que se conserva por medio de la guerray de las conquistas. Por estas razones pienso que los americanos ansiosos de paz, ciencias, artes, comercio y agricultura,preferirían las repúblicas a los reinos, y me parece que estos deseos se conforman con las miras de laEuropa.No convengo en el sistema federal entre los populares y representativos, por ser demasiado perfecto y exigir virtudes ytalentos políticos muy superiores a los nuestros; por igual razón rehúso la monarquía mixta de aristocracia y democracia,que tanta fortuna y esplendor ha procurado a la Inglaterra. No siéndonos posible lograr entre las repúblicas y monarquíaslo más perfecto y acabado, evitemoscaer en anarquías demagógicas, o en tiranías monócratas. Busquemos un medioentre extremos opuestos, que nos conducirían a los mismos escollos, a la infelicidad y al deshonor. Voy a arriesgar elresultado de mis cavilaciones sobre la suerte futura de la América: no la mejor sino la que sea más asequible.Por la naturaleza de las localidades, riquezas, poblaciones y carácter de los mexicanos, imagino queintentarán al principioestablecer una república representativa, en la cual tenga grandes atribuciones el poder ejecutivo, concentrándolo en unindividuo que si desempeña sus funciones con acierto y justicia, casi naturalmente vendrá a conservar su autoridadvitalicia. Si su incapacidad o violenta administración excita una conmoción popular que triunfe, este mismo poderejecutivo quizás se...
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