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Páginas: 10 (2288 palabras) Publicado: 29 de junio de 2014
ACERCA DE LA MUERTE DE BIEITO

Fue cerca del camposanto cuando sentí removerse dentro de la caja al pobre
Bieito. (De los cuatro portadores del ataúd yo era uno). ¿Lo sentí o fue
aprensión mía? Entonces no podría asegurarlo. ¡Fue un rebullir tan suave...!Como
la tenaz carcoma que roe, roe en la noche, roe desde entonces en mi magín
enfervorizado aquel suave rebullir.
Pero es que yo, amigosmíos, no estaba seguro, y por tanto -comprendedme,
escuchadme—, por tanto no podía, no debía decir nada.
Imaginaos por un instante que yo hubiera dicho:
-Bieito está vivo.
Todas las cabezas de los viejos que portaban cirios se alzarían con un
pasmado asombro. Todos los chiquillos que iban extendiendo la palma de la mano
bajo el gotear de la cera, vendrían en remolino a mi alrededor. Seapiñarían las
mujeres junto al ataúd. Resbalaría por rodos los labios un murmullo sobrecogido,
insólito:
-¡Bieito está vivo, Bieito está vivo...!
Callaría el lamento de la madre y de las hermanas, y en seguida también,
descompasándose, la circunspecta marcha que plañía en los bronces de la
charanga. Y yo sería el gran revelador, el salvador, eje de todos los asombros y
de todas las gratitudes. Yel sol en mi rostro cobraría una importancia
imprevista.
¡Ah! ¿Y si entonces, al ser abierto el ataúd, mi sospecha resultaba falsa?
Todo aquel magno asombro se volvería inconmensurable y macabro ridículo. Toda la
anhelante gratitud de la madre y de las hermanas, se convertiría en despecho. El
martillo clavando de nuevo la caja tendría un son siniestro y único en la tarde
atónita.¿Comprendéis? Por eso no dije nada.
Hubo un instante en que por el rostro de uno de los compañeros de fúnebre
carga pasó la leve insinuación de un sobresalto, como si él también estuviese
sintiendo el tenue rebullir. Pero no fue más que un lapso. En seguida se serenó.
Y no dije nada.
Hubo un instante en que casi me decido. Me dirigí al de mi lado y,
encubriendo la pregunta en una sonrisa de humor,deslicé:
-¿Y si Bieito fuese vivo?
El otro rió picaramente como quien dice: «Qué ocurrencias tenemos», y yo
amplié adrede mi falsa sonrisa de broma.
También me encontré a punto de decirlo en el camposanto, cuando ya
habíamos posado la caja y el cura rezongaba los réquiems. "Cuando el cura
acabe», pensé. Pero el cura terminó y la caja descendió al hoyo sin que yo
pudiese decir nada.
Cuando elprimer terrón de tierra, besado por un niño, golpeó dentro de la
Fosa contra las tablas del ataúd, me subieron hasta la garganta las palabras
salvadoras... Estuvieron a punto de surgir. Pero entonces acudió nuevamente a mi
imaginación la casi seguridad del horripilante ridículo, de la rabia de la
familia defraudada, si Bieito se encontraba muerto y bien muerto. Además, el
decirlo tan tardeacrecentaba el absurdo desorbitadamente. ¿Cómo justificar no
haberlo dicho antes? ¡Ya sé, ya sé, siempre se puede uno explicar! ¡Sí, sí, sí,
todo lo que queráis! Pues bien... ¿y si hubiese muerto después, después de
sentirlo yo remecerse, como quizá se pudiera adivinar por alguna señal? ¡Un
crimen, sí, un crimen el haberme callado! Oíd ya el griterío de la gente...
-Pidió auxilio y no se lodieron, desgraciado...
-Él sentía llorar, se quiso levantar, no pudo...
-Murió de espanto, le saltó el corazón al sentirse bajar a la sepultura.
-¡Ahí lo tenéis, con la cara torcida por el esfuerzo!
-¡Y ése que lo sabía, tan campante, ahí sonriendo como un payaso!
-¿Es tonto o qué?

Todo el día, amigos míos, anduve loco de remordimientos. Veía al pobre
Bieito arañando las tablas en ese espantoabsoluto, más allá de todo consuelo y
de toda conformidad, de los enterrados en vida. Llegó a parecerme que todos
leían en mis ojos adormilados y lejanos la obsesión del delito.
Y allá por la alta noche -no lo pude evitar— me fui camino del camposanto,
con la solapa subida, al arrimo de los muros.
Llegué. El cerco por un lado era bajo: unas piedras mal puestas sujetas
por hiedras y...
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