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Por cierto que era una estatua sumamente admirada. -Es tan hermosa como una veleta –indicó uno de losconcejales, que deseaba ganarse la reputación de tener muy buen gusto artístico-. Solamente que no es tan útil- añadió temiendo que la gente pudiese pensar que era poco práctico, cosa muy alejada de larealidad.-¿Por qué no serás igual que el Príncipe Feliz? –le preguntó una juiciosa madre a su hijito que lloraba desvariando al pedir la luna- El Príncipe Feliz nunca lloraba pidiendo cualquier cosa.Me sientocontento al ver que, en el mundo, alguien es completamente dichoso –murmuró un hombre ya sin ilusiones, mirando fijamente la maravillosa estatua-¡Tiene el aspecto de un ángel! –exclamaron los niñosdel Hospicio mientras salían de la catedral con sus resplandecientes capas escarlatas y sus blancos y limpios uniformes.-¿Qué saben ustedes? –preguntó el maestro de matemáticas-, si nunca han vistouno.
-¡Claro que sí, los hemos visto en sueños! –respondieron ellos y el maestro de matemáticas los miró muy severo frunciendo el ceño porque no aprobaba el que los niños soñaran.Cierta noche volósobre esa misma ciudad una pequeña golondrina. Sus amigas de habían ido a Egipto seis semanas antes, pero ella iba con retraso porque se había enamorado del más hermoso de los junquillos. Ambos seconocieron al principio de la primavera mientras ella volaba sobre el río persiguiendo a una polilla gruesa y amarillenta, fue entonces cuando se sintió atraída por la esbeltez de aquel Junquillo que,inmóvil, no podía ir a su encuentro.¿Debo amarte? –quiso saber la golondrina, que se prendó inmediatamente de él en cuanto le hizo una reverencia. Así pues, voló en círculos alrededor suyo, tocando el...
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