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El lector querrá acompañarnos a una casa donde ha entrado otra vez en la calle del Restaurador; y por cierto que habrá de encontrar allíescenas de que la imaginación duda y de que la historia responde.
La cuñada de su Excelencia el Restaurador de las Leyes estaba de audiencia, en su alcoba; y la sala contigua, con su hermosa esterade esparto blanco con pintas negras, estaba sirviendo de galería de recepción, cuajada por los memorialistas de aquel día.
Una mulata vieja, y de cuya limpieza no podría decirse lo mismo que delama, por cuanto es necesario siempre decir que las amas visten con mas aseo que las criadas, aun cuando la regla puede ser accesible a una que otra excepción acá o allá, hacía las veces de edecán deservicio, de maestro de ceremonias y de paje de introducción.
Parada contra la puerta que daba a la alcoba, tenía asido con una mano el picaporte, en señal de que allí no se entraba sin sucorrespondiente beneplácito, y con la otra mano recibía los cobres o los billetes que, según su clase, le daban los que a ella se acercaban en solicitud de obtener la preferencia de entrar de los primeros a hablarcon la señora doña María Josefa Ezcurra. Y jamás audiencia alguna fue compuesta y matizada de tantas jerarquías, de tan varios colores, de tan distintas razas.
Estaban allí, reunidos y mezclados,el negro mulato, el indio y el blanco, la clase abyecta y la clase media, el pícaro y el bueno, revueltos también entre pasiones, hábitos, preocupaciones y esperanzas distintas.
El uno era...
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