Licenciado

Las apariencias engañan. Y a veces mucho. Esto es lo que solían pensar la mayoría de aficionados al fútbol después de ver en acción a uno de los jugadores más controvertidos de la historia recientede este deporte: Romario Da Souza Faría, más conocido como Romario sencillamente. Un delantero pequeño, escaso de corpulencia, de piernas arqueadas y andares cansinos, que en ningún caso daban pistadel excelente fútbol que era capaz de producir. Romario daba la sensación de que empezaba el partido ya cansado. El calentamiento, las primeras carreras… al principio todo era pereza y lentitud, aunqueeso sí, hasta que enfilaba portería y comenzaba a hacer magia. Entonces la parsimonia se transformaba en velocidad punta, el desdén en excelso toque de balón, y la apatía en un instinto goleador quele convirtió en, para muchos, el mejor delantero de los últimos 25 años. Un jugador contradictorio e irreverente, que como todos los genios, no aceptaba ni la disciplina ni el orden establecido, esoera para los normales; Romario era otra cosa.
Una carrera llena de altibajos, pero con dos elementos permanentes: su efectividad goleadora y sus problemas con los entrenadores. Tras pulverizar losrécords de anotación en vasco de Gama y en el PSV Eindhoven, donde consiguió 165 goles en 163 partidos, Romario llega en 1993 al Fútbol Club Barcelona. El equipo anda en busca de un ariete de garantías queacompañe a Stoichkov y a Laudrup en la punta de ataque, y decide echar el resto por la contratación del pequeño delantero. Dos temporadas de ensueño con el Dream Team, en las que se convierte en elmejor jugador del mundo, y durante las que conquista con la canarinha, el mundial de Estados Unidos. Sin embargo, el carácter trasnochado y vividor del jugador, su gusto por la noche catalana y susmujeres, y sus continuas faltas de disciplina para con Johan Cruyff, sellaron su salida de can Barça. Problemas, estos, que se mantuvieron tanto en sus futuros equipos como en la selección. A pesar...