Lilith_El_Juicio_de_la_Gorgona_y_la_Sonrisa_de_Salgari

Páginas: 110 (27336 palabras) Publicado: 9 de octubre de 2015
LILITH, EL JUICIO DE LA GORGONA Y LA SONRISA DE SALGARI

JOSÉ ANTONIO COTRINA




La Peña, el peonza y la causalidad.
Después de darle muchas vueltas y sopesar otras posibilidades he optado por la educación y comenzaré esta narración presentándome. Mi nombre es Alfredo García Torrecilla y nací, hace cincuenta y pocos años, en un pueblecito de Cáceres de nombre Aliseda. Mis padres eran oriundosde la zona y llevaban una apacible vida campesina hasta que la llegada de su primer y a la postre único hijo vino a trastornarla. Tengo vagos recuerdos del pueblo, recuerdo de manera difusa las tardes de calor ondulante incrustado en las paredes encaladas, cociendo lagartijas ociosas y atontando a las moscas. Lo único que recuerdo con toda claridad es una pequeña peña que se encontraba a la puertadel corral y que se convirtió, desde que descubrí la utilidad de las dos extremidades que nacían de mi cintura, en el mayor reto de mi infancia. Desde que tuve uso de conciencia la peña a la puerta del corral fue mi némesis. Sólo vivía para coronar sus dos metros de altura que, a mis ojos, eran casi insalvables; allí me pasaba horas y horas que siempre se traducían en constelaciones de moratonesy arañazos cuando la peña me derrotaba. Otro niño se hubiera divertido correteando tras las gallinas –que hacían cima con insultante facilidad–, jugando con los perros de la casa o torturando a las lagartijas ociosas cocidas por el sol pero yo me decanté por la superación personal y por esa maldita peña. Un día el padre de mi padre, hombre de campo y por tanto práctico, tomó al hijo de su hijo porlas axilas y lo alzó en volandas hasta posarle en la cima que durante tantos meses le había sido esquiva. Mi llanto, terrible e interminable, le obligó a bajarme, me propinó dos azotes en el trasero y me dejó aturdido a la sombra de mi adversaria. Cosas que podía haber aprendido de esa experiencia: si te esfuerzas siempre habrá alguien que al final haga el trabajo duro por ti. Cosas que aprendí:la gente tiende a sacudirte cuando reaccionas como no esperan.
Nunca pude derrotar a la peña por mis propios medios. Ese fracaso fue el inicio de la larga serie de fracasos que marcaría buena parte de mi vida. Cuando cumplí los cuatro años fue mi padre quien me tomó por las axilas y me llevó a Madrid donde crecería, me haría hombre y profesor de historia. Mis padres cambiaron la tranquilidad delpueblo por el trasiego de la capital, no les fue mal y consiguieron sacar adelante a su pequeño retoño que, por algún curioso capricho de la naturaleza, no crecía tan sólo a lo alto sino que lo hacía también, y casi en la misma proporción, a lo ancho. Supongo que tuve la infancia normal de un niño gordito, fui blanco de las risas y bromas de mis compañeros de colegio y me convertí en un apocadomuchacho, pobre en amigos y encerrado en si mismo –un si mismo bastante amplio, todo hay que decir–. No contento con las risas y los ocasionales pescozones que me llevé en mi etapa escolar no tuve ningún rubor en volver a territorio docente una vez alcancé la edad y sabiduría necesarias para convertirme en profesor de historia.
Por lo tanto volví a las bromas y chanzas del alumnado, aunque esta vezme hallaba tras la mesa del profesor, a resguardo de los ocasionales pescozones, a falta de estos, comencé a ser conocido por mis pupilos adolescentes como el Peonza, apodo que dado mi orondo cuerpo y mi pequeña cabeza –despejada en la parte superior pero poblada en su parte inferior por una fina barba castaña– no puedo juzgar como inadecuado.
De haber coronado la peña mi vida hubiera sidocompletamente distinta, estoy seguro. Tal vez hubiera sido un audaz y estilizado devorador de ochomiles o un intrépido explorador selvático de rápido machete. Quién sabe. La vida esta infectada por causas y efectos que parecen emparejarse por el más puro azar: si hubiera coronado esa peña el Peonza no hubiera existido; si no hubiera decidido suicidarme estaría muerto; si no hubiera comido berberechos...
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