Limites y problemas teroteriales
Elsa Támez
La migración es un hecho común y constante en todo lo que los cristianos llamamos
historia de la salvación escrita en la Biblia. Está presente desde el momento mismo de la
formación del pueblo hebreo como tal, hasta la comunidad de cristianos que se consideran como peregrinos en esta tierra; pasando por migraciones voluntarias o violentas forzadas por imperios o
por el hambre. Hasta Jesús, el llamado hijo de Dios, tuvo la experiencia de inmigrante, pues desde
niño experimentó el desplazamiento (cf. Mt. 2,13.23).
En este breve artículo presentaré someramente hechos ocurridos a lo largo de la historia
bíblica, y finalizaré con algunas conclusiones e implicaciones teológicas del fenómeno de la
migración y el desarraigo. En la mayoría de los casos se observará la ambigüedad del sentimiento
del migrante: mejoría y vulnerabilidad; fascinación y añoranza. Pero en todos se tendrá la
protección de Dios, por lo menos como una declaración de fe. Asumiré la perspectiva desde el
pueblo de Israel, tal como la percibo en la Biblia.
1. La migración: hecho fundante de un pueblo
En diferentes culturas se narran migraciones antes de la formación del pueblo al cual se
pertenece. Así, la historia de los aztecas se inicia con la emigración de Aztlán hacia Tenochtitlán,
ciudad que fundan. Las cualidades del pueblo y su marco teológico proceden de la experiencia del evento migratorio conducido por su Dios y su líder, en el caso mexicano por Huitzilopochtly y por
Tlacaelel, respectivamente.
El éxodo, es decir la salida de los hebreos de Egipto, es considerado el hecho fundante de la
formación del pueblo de Israel. Es durante la trayectoria de salida que se va constituyendo en
pueblo: organización, lucha, pactos, utopía y acogida de un Dios ‐Yahvé‐, son elementos
importantes que darán consistencia al pueblo que migra a otra tierra con la esperanza de una vida
más satisfactoria.
El punto de partida del éxodo es la opresión, la explotación en el trabajo. Se trata de un
descontento generalizado por el maltrato que reciben por parte del gobierno egipcio. La historia sagrada hebrea narra sus clamores y la forma como Dios les escucha y les ayuda a liberarse, por
medio de una lucha liderada por Moisés (Ex. 1‐15). La trayectoria de la migración es larga y
peligrosa (Ex. 15‐18).
Pero la historia sagrada no termina en la liberación y la promesa de ocupar una tierra
mejor. Con relatos de guerras y pactos con nuevos pueblos, se narra el asentamiento de los
hebreos en Canaán.
Esta experiencia de opresión, liberación, desierto y tierra prometida, ha sido referida
frecuentemente por la lectura popular de la Biblia. Y en efecto son ejes fundantes, raíces
profundas para la teología cristiana.
Lo que no hemos observado es el elemento migratorio como eje fundante de un pueblo. Especialmente cuando en este caso se trata de una experiencia repetida de migración. Los hebreos
no son egipcios oprimidos por egipcios, son extranjeros que trabajan para el Imperio Egipcio. A
pesar de que varias generaciones ya se habían asentado, siempre fueron extranjeros. El recuerdo
de ser inmigrante será la marca que les acompañará como un recordatorio en su relación con los extranjeros: “no maltrates al extranjero o inmigrante, porque tú también fuiste extranjero en
Egipto” (Ex. 22,20). En Canaán también habitarán entre extranjeros y serán considerados
extranjeros, por más que afirmen que Dios les dio la tierra en heredad. Además, en el paso por el
desierto, largo trayecto hacia Canaán, siempre fueron extranjeros. ...
Regístrate para leer el documento completo.