Literatura clasica
Pongo toda la atención que puedo a nuestro maestro, por que sé que es un privilegio recibir cualquier tipo de consejo de Jules Perrot; porque sé que cualquierbailarina en el mundo estuviera extasiada si estuviera en mi lugar. Pero el dolor de las puntas de mis pies, y los calambres que tengo por no comer me distraen completamente de mi propósito. Mi estomago crujecon un estruendo que parece interrumpir las sabias palabras de este anciano. Trato de mover mi pulgar dentro de la zapatilla, pero me doy cuenta que lastimados abiertos y madera en la punta es unacombinación fatal. Hace unos años esto puede haber parecido nada más que un sueño, yo parada en uno de los salones de la Ópera de Paris, oyendo, viendo a Perrot. Todo lo que he oído de este maestro espoco para lo mucho que nos ha enseñado, es realmente magnifico, pero por alguna razón los dolores de mis pies y los crujidos del estomago hacen que mi mente viaje de regreso a mi país, a mi casa, a lasonrisa de mi madre. A pesar que están a mas de 8000 kilómetros de distancia, siento que mientras la dulce voz del perito en ballet sigue dando instrucciones para la siguiente presentación, el olor dela cocina, los gritos y juegos de niños en la calle y la música caribeña está más y más cercana a mí. Mi madre me llama por un momento y abandono este salón de la Ópera de Paris para ir con ella, asus brazos, para oler ese perfume frutal que tanto extrañaba. Me trata como si nunca me hubiera ido, como si siempre hubiera estado a su lado, como si los últimos cuatro años que han pasado desde queentré a la academia se convirtieran en nada más que un segundo de separación entre las dos. Hablamos de cosas cotidianas, y ni por un segundo pasa por mi mente mencionar el hecho que no soporto másParís, que no es como nuestra tierra, que la gente es lejana, y que extraño la calidez que cada persona muestra al caminar por las calles empedradas de nuestra ciudad. El día se acaba y mi madre me...
Regístrate para leer el documento completo.