Literatura

Páginas: 29 (7219 palabras) Publicado: 19 de mayo de 2013
Pobre Negro
Primera jornada
I
Tambor

Guaruras y carrizos del aborigen vencido se alejaron gimientes hacia las internadasselvas profundas y por la ruta de los ciclones, en las sentinas de los barcos negreros,vino el tambor africano. Tam, tam, tam... Tambor de San Juan, tambor de San Pedro, tambor de la Virgen de la Coromoto... Alláse quedaron las divinidades bárbaras, pero el alma pa ganaaquí también celebra condanzas sensuales las vísperas santificadas. Y es un grito del África enigmática el que estremece las noches de América:—¡Airó! ¡Airó! Por las minas de Buria y de Aroa, donde el negro abrió el socavón; porBarlovento y la costa de Maya, donde el negro sembró el cacao; por los valles deAragua y del Tuy, donde el negro plantó la caña, bajo el látigo de los capataces. Tam, tam,tam...Resuenan los parches del curveta y del mina. Y el alma negra vuelca en el gritosensual que le arranca la música bárbara, la entonación lamentosa que enturbia laalegría de las razas humilladas:—¡Airó! ¡Airó! ¡Airó! ¡Manita, oh! Vísperas de San Juan. Noche de recibirla cantandocon reflejos de candiles en los rostros negros, vueltos hacia las blancas estrellas.—Ya viene la noche escura.—¡Yaviene, ya!—La noche del gran San Juan.—¡Anjá, mirá!—Escura como mi negra.—¡Ni má, ni má!—¿Qué hará mi negra tan sola?—¡Llorá! ¡Llorá! Tam, tam, tam... Ya cierran el círculo en torno de los tamboreros que parecen invocar los espíritus de lanoche, en blanco los ojos, entreabierta la boca toda dientes blanquísimos, mientraslas manos ágiles les arrancan a los parches del mina y del curveta el almafrenéticade la música negra.Cotizas de estreno, enaguas almidonadas, pañuelos de Madrás oprimiendo las greñasrebeldes, brazos desnudos, buenos para el mordisco de la lujuria, algunos converdugones del látigo de los capataces. Sombrero de cogollo y muda limpia de listadolos hombres; al pecho, sobre la franela, terciado el escapulario de la Virgen delCarmen, junto con la mugrienta almohadilla del amuletodonde cada cual lleva una
 Colonia, y sus primeros años discurrieron en un ambiente de sobresalto que culminóen el terror del terremoto de 1812.De este cataclismo presumía Ana Julia conservar memoria; pero al mismo tiempo lolocalizaba en una noche de suprema angustia doméstica, esperando sus padres algotremendo que sucedería de un momento a otro.—No, hija –decíale don Carlos–.No es posible que teacuerdes del terremoto. Esa noche –a mucho concederte buenamemoria– sería tal vez alguna de aquellas tremendas del año catorce, cuando seaproximaba Boves.—Es posible –concedía ella–. Porque conservo la impresión de muchedumbreshuyendo de algo terrible que se acercaba.—La emigración del catorce –ratificaba el padre.—Pero al mismo tiempo –insistía ella– la de un gran silencio, de un silencioespantoso,después de un cataclismo.En cambio, no conservaba memoria de otra gran impresión de su infancia, por losnueve años. Una tarde, en su casa de Río Chico, ya anocheciendo.Gritos en la calle que la hicieron asomarse a la puerta. Un negro de estaturadescomunal, a quien traían atadas las manos a la espalda, cubierto de sangre, enmedio de una multitud que lo apedreaba y lo apaleaba. Su padre la quitóde la puerta,la hizo entrar en la casa y salió a informarse de la causa del acontecimiento. Luegoregresó con la explicación, dándosela a doña Águeda, que lo esperaba en laentrepuerta, de modo que sólo ella pudiese oír. Pero a ésta se le escapaban lasexclamaciones:—¡La hijita de Crisanto! ¡Dios mío! ¡Qué monstruo! Ana Julia, que por ahí andaba, oyósin entender y en seguida olvidó; pero si alguienle hubiese sondeado los abismos delalma, habría descubierto que allí estaba escondida la instantánea intuición atroz, quenunca debía ser recordada, de donde provenía todo aquel extraño embrujamiento.Comenzó, desde aquel mismo día, por una aversión a la comida que hubiesen guisadolas esclavas del servicio doméstico, convirtiéndosele pronto en un asco invencible portodo lo que hubieren tocado...
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