Literatura

Páginas: 119 (29598 palabras) Publicado: 12 de junio de 2012
Fermina Daza no podía imaginarse que aquella carta suya, instigada por una rabia
ciega, pudiera ser interpretada por Florentino Ariza como una carta de amor. Había
puesto en ella toda la furia de que era capaz, sus palabras más crueles, los oprobios más
hirientes, e injustos además, que sin embargo le parecían ínfimos frente al tamaño de la
ofensa. Fue el último acto de un amargo exorcismo dedos semanas, con el cual trataba
de lograr un pacto de conciliación con su nuevo estado. Quería ser otra vez ella misma,
recuperar todo cuanto había tenido que ceder en medio siglo de una servidumbre que la
había hecho feliz, sin duda' pero que una vez muerto el esposo no le dejaba a ella ni los
vestigios de su identidad. Era un fantasma en una casa ajena que de un día para otro se
habíavuelto inmensa y solitaria, y en la cual vagaba a la deriva, preguntándose
angustiada quién estaba más muerto: el que había muerto o la que se había quedado.
No podía sortear un recóndito sentimiento de rencor contra el marido por haberla
dejado sola en medio de la mar tenebrosa. Todo lo suyo le provocaba el llanto: la piyama
debajo de la almohada, las pantuflas que siempre le parecieron deenfermo, el recuerdo
de su imagen desvistiéndose en el fondo del espejo mientras ella se peinaba para dormir,
el olor de su piel que había de persistir en la de ella mucho tiempo después de la muerte.
Se detenía a mitad de cualquier cosa que estuviera haciendo y se daba una palmadita en
la frente, porque de pronto se acordaba de algo que olvidó decirle. A cada instante le
venían a la mente lastantas preguntas cotidianas que sólo él le podía contestar. Alguna
vez él le había dicho algo que ella no podía concebir: los amputados sienten dolores,
calambres, cosquillas, en la pierna que ya no tienen. Así se sentía ella sin él, sintiéndolo
estar donde ya no estaba.
Al despertar en su primera mañana de viuda, se había dado vuelta en la cama,
todavía sin abrir los ojos, en busca de unaposición más cómoda para seguir durmiendo,
y fue en ese momento cuando él murió para ella. Pues sólo entonces tomó conciencia de
que él había pasado la noche por primera vez fuera de casa. La otra impresión fue en la
mesa, no porque se sintiera sola, como en efecto lo estaba, sino por la certidumbre rara
de estar comiendo con alguien que ya no existía. Esperó a que su hija Ofelia viniera de
NuevaOrleans, con el esposo y las tres niñas, para sentarse otra vez a comer en la
mesa, pero no en la de siempre, sino en una mesa improvisada, más pequeña, que hizo
poner en el corredor. Hasta entonces no había hecho ninguna comida regular. Pasaba por
la cocina a cualquier hora, cuando tenía hambre, y metía el tenedor en las ollas y comía
un poco de todo sin ponerlo en un plato, de pie frente ala hornilla, hablando con las
mujeres del servicio que eran las únicas con las que se sentía bien, y con las que mejor
154 Gabriel García Márquez
El amor en los tiempos del cólera
se entendía. Sin embargo, por mucho que lo intentara, no lograba eludir la presencia del
marido muerto: por donde quiera que iba, por donde quiera que pasaba, en cualquier
cosa que hacía tropezaba con algo suyo quese lo recordaba. Pues si bien le parecía
honesto y justo que le doliera, también quería hacer todo lo posible por no regodearse en
el dolor. Así que se impuso la determinación drástica de desterrar de la casa todo cuanto
le recordara al marido muerto, como lo único que se le ocurría para seguir viviendo sin
él.
Fue una ceremonia de exterminio. El hijo aceptó llevarse la biblioteca para queella
pusiera en la oficina el costurero que nunca tuvo de casada. Por su parte, la hija se
llevaría algunos muebles y numerosos objetos que le parecían muy apropiados para las
subastas de antigüedades de Nueva Orleans. Todo esto fue un alivio para Fermina Daza,
aunque no le hizo ninguna gracia comprobar que las cosas compradas por ella en su viaje
de bodas eran ya reliquias de anticuarios....
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