Literatura
(traducción de Mauro Armiño, Alianza, Madrid, 1998)
Un corazón simple
1.
Durante medio siglo, las burguesas de Pont-l'Éveque envidiaron a la señora Aubain su criada Félicité1.
Por cien francos al año, cocinaba y hacía la casa, cosía, lavaba, planchaba, sabía poner las bridas a un caballo, engordar las aves de corral, batir la mantequilla,y siempre fue fiel a su ama, que no era persona agradable sin embargo.
Ésta se había casado con un guapo mozo sin fortuna, que murió a principios de 1809 dejándole dos hijos muy pequeños y bastantes deudas. Vendió entonces sus inmuebles, menos la finca de Toucques y la finca de Geffosses2, cuyas rentas ascendían a lo sumo a 5.000 francos, y abandonó su casa de Saint-Melaine para vivir en otramenos dispendiosa que había pertenecido a sus mayores y estaba situada a espaldas del mercado.
Esa casa, revestida de pizarras, se hallaba entre un pasadizo y una calleja que daba al río. Dentro había diferencias de nivel que provocaban tropezones. Un estrecho vestíbulo separaba la cocina de la sala donde la señora Aubain pasaba el día entero, sentada junto al ventanal en un sillón de paja.Contra el entablado, pintado de blanco, se alineaban ocho sillas de caoba. Un viejo piano soportaba, bajo un barómetro, una pila piramidal de cajas y cartapacios. Dos poltronas de tapicería flanqueaban la chimenea de mármol amarillo y estilo Luis xv. El péndulo, en el centro, representaba un templo de Vesta; y todo el aposento olía un poco a humedad, porque el suelo estaba más bajo que la huerta.En el primer piso se hallaba, en primer lugar, la habitación de la «señora», muy grande, tapizada en papel de flores pálidas, y con el retrato del «señor» en traje de muscadin4. Comunicaba con otra habitación más pequeña, en la que se veían dos literas de niño, sin colchones. Después venía el salón, siempre cerrado y atestado de muebles cubiertos con sábanas. Luego un pasillo conducía a un gabinetede estudio; libros y papelotes guarnecían los estantes de una librería que rodeaba por tres de sus lados a una amplia mesa de escritorio de madera negra. Los dos paneles de la puerta desaparecían bajo dibujos a pluma, paisajes a la gouache y grabados de Audran5, recuerdos de un tiempo mejor y de un lujo desvanecido. Una lucera proporcionaba claridad, en el segundo piso, al cuarto de Félicité, quedaba a los prados.
Ella se levantaba con el alba, para no faltar a misa, y trabajaba hasta la noche sin interrupción; luego, una vez acabada la cena, ordenada la vajilla y bien cerrada la puerta, hundía el leño bajo las cenizas y se dormía delante de la chimenea con el rosario en la mano. En los regateos nadie mostraba más terquedad. En cuanto a limpieza, el bruñido de sus cacerolas causabadesesperación en las otras criadas. Ahorrativa, comía despacio y recogía de la mesa con el dedo las migas de su pan, un pan de doce libras, cocido expresamente para ella, que duraba veinte días.
En cualquier estación llevaba un pañuelo de indiana prendido por un imperdible a la espalda, un sombrero que le ocultaba el pelo, medias grises, una falda roja, y, encima de la blusa, un delantal conpeto, como las enfermeras de hospital.
Su rostro era enjuto y aguda su voz. A los veinticinco años aparentaba cuarenta. A partir de los cincuenta, no reveló ya ninguna edad; y, siempre silenciosa, de talle recto y gestos mesurados, parecía una mujer de madera que funcionara de manera automática.
2.
Había tenido, como cualquiera, su historia de amor. Su padre, albañil, se habíamatado al caerse de un andamio. Luego murió su madre, sus hermanas se dispersaron, ya ella la recogió un granjero que, muy niña, la puso a guardar las vacas en el campo. Tiritaba bajo los harapos, bebía tumbada boca abajo el agua de las charcas, le pegaban por nada, y finalmente la echaron por un robo de treinta sous que no había cometido. Entró en otra granja, se convirtió en ella en moza de corral...
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