Literatura

Páginas: 6 (1458 palabras) Publicado: 10 de octubre de 2012
EL BARRIL DE AMONTILLADO Por Edgar Allan Poe, escritor inglés. (Adaptación) Había soportado lo mejor que podía las mil injurias de Fortunato, pero cuando llegó al insulto, juré vengarme, asesinándolo. Sin embargo, debía hacerlo impunemente, porque así como una injuria queda sin reparar cuando la víctima de la venganza no se entera de quién lo victimó; igualmente queda sin reparación, si su justocastigo perjudica al vengador. Desde ese día nunca di a Fortunato motivo para que sospechara de mi buena voluntad hacia él. Continué, como de costumbre, sonriendo en su presencia. En muchos aspectos, Fortunato era un hombre admirable y aún temible, pero tenía un punto débil: siempre se enorgullecía de ser el más entendido en vinos. Pocos italianos tienen el verdadero talento de los catadores, peroa diferencia de sus compatriotas, Fortunato, sabía mucho, especialmente de vinos añejos. También yo era un experto en lo que se refiere a vinos, y siempre que se me presentaba la ocasión, compraba grandes cantidades desde Francia. En una oportunidad, en plena locura del Carnaval, lo encontré y me acogió con excesiva cordialidad, porque había bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado depayaso: llevaba un traje con listas de colores y un sombrerillo cónico adornado con cascabeles que se iluminaban con el resplandor de la luna. —Querido Fortunato —le dije en tono jovial— ¡Qué buen aspecto tiene usted hoy! Le diré que este es un encuentro afortunado, pues he recibido un barril de un vino que llaman “amontillado” y tengo mis dudas. — ¿Cómo? —dijo él— ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible!¡Y en pleno Carnaval! —Por eso mismo le digo que tengo mis dudas —contesté— y antes de pagarlo, al no poder encontrarlo a usted, iba ahora a buscar a Luchesi. Él es un buen entendido y me dirá. —Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez. ¡Vamos allá! —¿Adónde? —A sus bodegas. —No, mi querido amigo, no quiero abusar de su amabilidad. Veo que tiene usted frío y las bodegas son muyhúmedas, porque están cubiertas de salitre, y como Luchesi...

—No importa el frío, vamos. ¡Amontillado! Lo han engañado a usted, y Luchesi no lo notará – y diciendo esto, Fortunato me cogió del brazo y yo me dejé conducir por él. Al llegar, cogí dos antorchas, entregué a Fortunato una de ellas y lo guié, haciéndolo encorvarse a través de distintos aposentos, por el abovedado pasaje que conducíaa la bodega. El andar de mi amigo era vacilante, y los cascabeles de su gorro cónico resonaban a cada uno de sus pasos. Llegamos a los últimos peldaños, y nos encontramos, uno frente a otro, sobre el suelo húmedo de las catacumbas de los Montresor. — ¿Y el barril? —preguntó. —Está más allá —le contesté— Pero observe usted eso que brilla en las paredes de la cueva. Se volvió hacia mí y me miró consus nubladas pupilas, que destilaban las lágrimas de la embriaguez. —¿Salitre? —me preguntó, por fin. —Salitre —le contesté— Ese mineral tan tóxico… ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos? —¡Ejem! ¡Ejem! ¡Ejem— A mi pobre amigo le fue imposible contestar hasta pasados unos minutos—No es nada —dijo finalmente. —Volvámonos- le dije - Su salud es preciosa, amigo mío. Podría usted enfermarse y noquiero cargar con esa responsabilidad. Además, cerca de aquí vive Luchesi. —¡Basta! —me dijo— Esta tos carece de importancia. No me matará. No me moriré de tos. —Eso es verdad —le contesté— Un trago de este medoc lo defenderá de la humedad — y diciendo esto, rompí el cuello de una botella que se hallaba en una larga fila de otras análogas. —Beba —le dije, ofreciéndole el vino. Él se llevó labotella a los labios, mirándome de soslayo. Hizo una pausa y me saludó con agradecimiento. Los cascabeles sonaron. —Bebo —dijo— a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro. —Y yo, por la larga vida de usted. De nuevo me cogió del brazo y continuamos nuestro camino. —Esas cuevas —me dijo— son muy vastas. —La de los Montresor era una grande y numerosa familia—le contesté. —He olvidado...
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