litlle
Convertidos en una plaga óptica más obsesiva yubicua que los turistas japoneses, ahora pasamos los días registrándolo todo, acosándolo todo, compendiándolo todo. Desde una grieta en la pared hasta el vuelo perezoso de las palomas en la plaza. Unclásico de la fotografía en cualquier formato, los días transcurren en un ambiente de inventario colectivo, como si de golpe la humanidad estuviera respondiendo al llamado de retener fragmentos,instantáneas de la vida en la Tierra, esforzándose por construir un desperdigado álbum planetario. Con la aparición de la cámara digital, el rango de la mirada tal vez haya perdido horizonte, profundidadde campo, pero ha ganado agudeza, atrevimiento, desfachatez: ahora prestemos más atención a lo minúsculo, a lo que aparentemente no tiene importancia, a lo que pasa a lo largo en nuestra cotidianaanestesia; a todo aquello que, como decía Georges Perec, “generalmente no se nota, no se anota”, “ a lo que pasa cuando no pasa nada.”
Más que un apetito documental, estamos ante la búsquedaomnímoda, tentacular, quien sabes hasta qué punto artística; una suerte de recorrido a contrapelo por la uniformidad, por el lomo de la rutina, confiados en que así como sucede con la pelambre del gato, launiformidad acabara por mostrar su brillo, su esplendor oculto. Quizá esta nueva pasión fotográfica no sea más que un cambio de disposición, una recuperada avidez del ánimo, esa actitud alerta,receptiva como la esponja, en que estamos siempre listos a desfundar nuestra cámara. Una manera inquisitiva de desenvolverse en el mundo en la que, por el solo hecho de que podemos atestiguarlo y llevar...
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