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Páginas: 63 (15686 palabras)
Publicado: 18 de marzo de 2013
la Cándida Eréndira y su Abuela
Desalmada
Gabriel García Márquez
Eréndira estaba bañando a la abuela cuando empezó el viento de su
desgracia. La enorme mansión de argamasa lunar, extraviada en la soledad
del desierto, se estremeció hasta los estribos con la primera embestida. Pero
Eréndira y la abuela estaban hechas a los riesgos de aquella naturalezadesatinada, y apenas si notaron el calibre del viento en el baño adornado de
pavorreales repetidos y mosaicos pueriles de termas romanas.
La abuela, desnuda y grande, parecía una hermosa ballena blanca en la
alberca de mármol. La nieta había cumplido apenas los catorce años, y era
lánguida y de huesos tiernos, y demasiado mansa para su edad. Con una
parsimonia que tenía algo de rigor sagradole hacía abluciones a la abuela
con un agua en la que había hervido plantas depurativas y hojas de buen
olor, y éstas se quedaban pegadas en las espaldas suculentas, en los cabellos
metálicos y sueltos, en el hombro potente tatuado sin piedad con un escarnio
de marineros.
-Anoche soñé que estaba esperando una carta -dijo la abuela.
Eréndira, que nunca hablaba si no era por motivosineludibles,
preguntó:
-¿Qué día era en el sueño?
-jueves.
-Entonces era una carta con malas noticias -dijo Eréndira- pero no
llegará nunca.
Cuando acabó de bañarla, llevó a la abuela a su dormitorio. Era tan
gorda que sólo podía caminar apoyada en el hombro de la nieta, o con un
báculo que parecía de obispo, pero aún en sus diligencias más difíciles se
notaba el dominio de una grandezaanticuada. En la alcoba compuesta con
un criterio excesivo y un poco demente, como toda la casa, Eréndira necesitó
dos horas más para arreglar a la abuela. Le desenredó el cabello hebra por
hebra, se lo perfumó y se lo peinó, le puso un vestido de flores ecuatoriales,
le empolvó la cara con harina de talco, le pintó los labios con carmín, las
mejillas con colorete, los párpados con almizcle y las uñascon esmalte de
nácar, y cuando la tuvo emperifollado como una muñeca más grande que el
tamaño humano la llevó a un jardín artificial de flores sofocantes como las
del vestido, la sentó en una poltrona que tenía el fundamento y la alcurnia de
un trono, y la dejó escuchando los discos fugaces del gramófono de bocina.
Mientras la abuela navegaba por las ciénagas del pasado, Eréndira se
ocupóde barrer la casa, que era oscura y abigarrada, con muebles frenéticos
y estatuas de césares inventados, y arañas de lágrimas y ángeles de alabastro,
y un piano con barniz de oro, y numerosos relojes de formas y medidas
imprevisibles. Tenía en el patio una cisterna para almacenar durante muchos
años el agua llevada a lomo de indio desde manantiales remotos, y en una
argolla de la cisternahabía un avestruz raquítico, el único animal de plumas
que pudo sobrevivir al tormento de aquel clima malvado. Estaba lejos de
todo, en el alma del desierto, junto a una ranchería de calles miserables y
ardientes, donde los chivos se suicidaban de desolación cuando soplaba el
viento de la desgracia.
Aquel refugio incomprensible había sido construido por el marido de
la abuela, un contrabandistalegendario que se llamaba Amadís, con quien
ella tuvo un hijo que también se llamaba Amadís, y que fue el padre de
Eréndira. Nadie conoció los orígenes ni los motivos de esa familia. La
versión más conocida en lengua de indios era que Amadís, el padre, había
rescatado a su hermosa mujer de un prostíbulo de las Antillas, donde mató a
un hombre a cuchilladas, y la traspuso para siempre en laimpunidad del
desierto. Cuando los Amadises murieron, el uno de fiebres melancólicas, y el
otro acribillado en un pleito de rivales, la mujer enterró los cadáveres en el
patio, despachó a las catorce sirvientas descalzas, y siguió apacentando sus
sueños de grandeza en la penumbra de la casa furtiva, gracias al sacrificio de
la nieta bastarda que había criado desde el nacimiento.
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