Lo Inombrable
Con este amigo, Joel Manton, discutía a menudo lán¬guidamente. Era director de la East High School, na¬cido y criado en Boston, y participabade esa sordera autocomplaciente de Nueva Inglaterra para las delica¬das insinuaciones de la vida. Su opinión era que sólo nuestras experiencias normales y objetivas poseen im-portancia estética, y que lo que incumbe al artista es no tanto suscitar una fuerte emoción mediante la acción, el éxtasis y el asombro, como mantener un plácido interés y apreciación con detalladas y precisastrans¬cripciones de lo cotidiano. En particular, era contrario a mi preocupación por lo místico y lo inexplicable; porque aunque creía en lo sobrenatural mucho más que yo, no admitía que fuera tema suficientemente común para abordarlo en literatura. Para un intelecto claro, práctico y lógico, era increíble que una mente pudiese encontrar su mayor placer en la evasión res¬pecto de la rutina diaria, y en lascombinaciones origi¬nales y dramáticas de imágenes normalmente reserva¬das por el hábito y el cansancio a las trilladas formas de la existencia real. Según él, todas las cosas y sentimien¬tos tenían dimensiones, propiedades, causas y efectos fijos; y aunque sabía vagamente que el entendimiento tiene a veces visiones y sensaciones de naturaleza bas¬tante menos geométrica, clasificable y manejable, secreía justificado para trazar una línea arbitraria, y de¬sestimar todo aquello que no puede ser experimen¬tado y comprendido por el ciudadano ordinario. Ade¬más, estaba casi seguro de que no puede existir nada que sea «innombrable». No era razonable, según él.
Aunque me daba cuenta de que era inútil aducir argumentos imaginativos y metafísicos frente a la autosatisfacción de un ortodoxo de la vidadiurna, había algo en el escenario de este coloquio vespertino que me incitaba a discutir más que de costumbre. Las gasta¬das losas de pizarra, los árboles patriarcales, los cente¬narios tejados holandeses de la vieja ciudad embrujada que se extendía alrededor; todo contribuía a enarde¬cerme el espíritu en defensa de mi obra; y no tardé en llevar mis ataques al terreno mismo de mi enemigo. Enefecto, no me fue difícil iniciar el contraataque, ya que sabía que Joel Manton seguía medio aferrado a muchas de las supersticiones de que las gentes cul¬tivadas habían abandonado ya; creencias en apariciones de personas a punto de morir en lugares distantes, o impresiones dejadas por antiguos rostros en las venta¬nas, a las que se habían asomado en vida. Dar crédito a estas consejas de vieja...
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