Lo Mejor
Grande era y rico el imperio de la ancha tierra de Anáhuac, pero no todos los pueblos eran felices. Mucho oro y muchos hombres para los altares de lossacrificios había que llevar a Tenochtitlán, la poderosa. Cansados estaban los pueblos de aquella sumisión de esclavos, y los caciques mordían y callaban su protesta, temerosos del castigo del violentoemperador, señor de todos.
Pero la voluntad del cielo así lo había preparado, y lo que tuvo que pasar, pasó.
El gran cacique del reino de Tlaxcala lo leyó en la luz de las estrellas, y desde aquel díadijo su voluntad a los demás señores y caciques de todos los reinos y todas las tribus:
-Mi pueblo seguirá el camino que nos dice a todos la voluntad de arriba. Unámonos para librarnos de estaesclavitud. No más oro ni vidas jóvenes para los altares de los aztecas…
Pero el miedo detuvo a los demás y el valeroso cacique rebelde quedó solo con su pueblo, y la guerra empezó entre los indomableshombres de Tlaxcala y los bravos aztecas, a los que se les unieron otros siete reinos.
Escrita estaba allá, en los dibujos de las estrellas, la lucha del cacique valeroso, pero algún mago sacerdotealcanzó también a leer la gran aventura que había de suceder. Pudo leer y comprender, pero no lo dijo.
Una hija tenía el cacique, señor y rey de Tlaxcala, dorada como los granos maduros del maíz y bella yluminosa como un amanecer.
Todos los ojos miraban con amor a la bella princesa Ixtaccíhuatl, pero el más valiente de los guerreros tenía en ella prendidos los ojos y el corazón.
Cuando los...
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