Loba

Páginas: 13 (3052 palabras) Publicado: 2 de abril de 2012
CAPÍTULO XV
LA HUIDA
Querida tía Criselda: Ya os he causado bastantes problemas y no quiero preocuparos más, por eso he decidido apañarme por mi cuenta y libraros de la responsabilidad de vigilarme. Buscad a mi madre, yo también lo haré. Un beso. Anaíd

Criselda arrugó la nota y la lanzó sobre la alfombrilla del coche de Karen pisoteándola con rabia. —¡Cuidado! —gritó Karen dando unvolantazo a la izquierda. Había topado con algún obstáculo imprevisto, pero lo había franqueado. Atrás quedó un sonido de cristales resquebrajándose, pero ninguna de las dos mujeres se percató. —Lo siento —se disculpó Karen. Criselda, sentada en el lugar del copiloto, se había pegado con la cabeza en el cristal de la ventanilla y se palpaba la sien con gesto lastimoso. —Me está bien empleado, por tonta—gimoteó. Y Karen no se atrevió a desmentirla. Hacía más o menos dos horas que Criselda, en camisón, lívida y descalza, había llamado a su puerta y le había mostrado la nota de Anaíd. Karen no se podía creer que una niña de catorce años decidiera desaparecer de la noche a la mañana y que además se largara conduciendo un coche. Pero así era. Anaíd les llevaba una ventaja de una media hora que noconseguían superar. Eso significaba que no bajaba de los cien por hora. ¡Qué locura! —¿Falta mucho? —se impacientó Criselda. —Estamos llegando a Huesca. —¿Y estás segura de que se ha dirigido a la estación? —¿Adónde, si no? —exclamó Karen—. No se arriesgará a conducir de día y, teniendo en cuenta que está a punto de amanecer y que el primer tren, el que sale para Madrid, pasa dentro de muy poco, lo máslógico es que haya trazado ese plan. —¿Llegaremos a tiempo? —insistió Criselda. —Será cuestión de saltar del coche y subirse al tren. Eso, si no se nos escapa en nuestras mismas narices. —Déjamela a mí —gruñó Criselda dolorida por el chichón y ofendida con Anaíd. —¿En camisón? ¿Descalza? ¿Y sin documentación? —objetó Karen. Criselda se percató de su despiste. Con las prisas no se le había ocurridoni siquiera coger su bolso. No llevaba nada encima. —No hay otra solución que un conjuro de ilusión. —¡Ah no, en mi coche no!
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Pero Criselda ya estaba pronunciando las palabras y, unos segundos antes de que el Renault de Karen entrase en el recinto de la estación, vestía un elegante traje de chaqueta, calzaba unos zapatos de tacón impropios de su estilo y de su hombro colgaba un bolso quecontenía todo lo necesario. Karen, al verla, chasqueó la lengua. —¿No has podido encontrar nada mejor? —Lo siento, es lo primero que se me ha ocurrido. —Que no te vean conmigo. No quiero que nos relacionen. Criselda entendió que si sucedía algo, Karen, médico de la comarca y conocida por todos, estaría en apuros y debería cambiar de residencia. Los conjuros de ilusión estaban vetados por losproblemas que conllevaban, pues podían desvanecerse en cualquier momento y toda la ilusión que el conjuro había desarrollado, pura apariencia óptica, desaparecía. El esfuerzo que suponía para una Omar era tan arduo que la dejaba agotada durante unas horas y sin fuerzas para lanzar otro. Karen advirtió a Criselda muy seriamente: —Recuerda lo que le sucedió a Brunilda. Por suerte Criselda no había creadola ilusión de un globo, como la chalada Brunilda, para contemplar la ciudad con su amante. La caída de la pobre desde una altura de más de tres mil metros era siempre tristemente recordada entre las Omar como el mejor ejemplo de la mala utilización de los conjuros de ilusión. Tan sencillo como que una golondrina descreída atravesó limpiamente el globo imaginario, y Brunilda y su acompañante seprecipitaron en el vacío a doscientos kilómetros por hora. Karen frenó en el aparcamiento de la estación, abrió la puerta del copiloto y señaló el coche de Selene, perfectamente aparcado. Su intuición había sido acertada. —¡Corre! —murmuró. Ya se oía el traqueteo del tren retumbando en las desiertas vías. Los pitidos del maquinista anunciando su entrada en la estación movieron a Criselda a...
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