Locos por pina
por Teresa Sesé.
Teatre Liceu Barcelona
«No me interesa cómo se mueve el ser humano, sino aquello que lo conmueve». Pina Bausch.
Cuando Pina Bausch entra en tu vida, se queda para siempre. Cada espectáculo suyo es un estremecimiento, un revulsivo -también un festín- para la inteligencia y los sentidos del que rara vez se sale indemne. De la alegríadesbordada a la tristeza más insondable, el territorio de la genial creadora alemana son las zonas más intranquilas y escarpadas del alma humana, un continuo trajinar por los sentimientos astillosos, que a la vuelta de cada viaje nos devuelve transformadas en imágenes de una belleza tan pura que conmueve y reconforta. El deseo y la alegría, la esperanza y la melancolía, la agresión y la seducción, lahisteria y la ternura, la euforia y la desconfianza, el pánico, la nostalgia, la angustia y el dolor por el amor insatisfecho, la soledad, la incomunicación entre hombres y mujeres.
De todo ello está hecho ese material explosivo que, hace ya treinta y cinco años, convirtió el Tanztheater Wuppertal en un centro de deflagración artística permanente. Hoy Pina, la bella Pina de mirada azul, es yaun mito, una leyenda de culto que encandila a los públicos más diversos y provoca escenas de histeria ante las puertas de los principales teatros del mundo que invariablemente cuelgan el cartel de «agotadas las localidades». Es una de las artistas esenciales de la segunda mitad del siglo XX, pero a sus sesenta y siete años continúa viajando con los ojos bien abiertos, sin perder la vida de vista.«Hay que aprender a dejarse tocar por la belleza, por el gesto, el más mínimo soplo y a percibir el mundo independientemente de lo que se sabe», dice. Por primera vez en el Liceu, la coreógrafa presenta dos de sus piezas históricas, Le sacre du printemps y Café Müller. Contemplarlas es sentir la emoción que se experimenta, sólo algunas veces en la vida, ante las grandes obras de arte. Haznosllorar, Pina.
«Soy hija de taberneros, y como tal no tuve nunca vida de familia; mis padres no tenían tiempo libre para ocuparse de mí. Al caer la tarde me refugiaba bajo las mesas del café y me quedaba allí, observando»
Café Müller, la pequeña gran obra maestra de Pina Bausch, fue creada en 1978. Formaba parte de una velada compartida con otros tres coreógrafos (Gerhard Bohner, Gigi-GeorgheCaciuleanu y Hans Pop), cada uno de los cuales debía imaginar su propia manera de habitar un decorado de café abandonado realizado por Rolf Borzik. Pina evoca el que su padre tenía en la región renana de Solingen, donde creció la pequeña Filipina (Pina), refugiando su infancia entre las patas de las mesas, viendo el mundo desde abajo y sin ser vista. «No tenía conciencia de todo lo que estaba pasando ami alrededor. En todo caso no recuerdo oír hablar de la guerra. Era una niña muy tímida. Yo vivía en aquel restaurante. Y para un niño, un restaurante puede ser un lugar maravilloso: había tanta gente y pasaban tantas cosas extrañas». Pero el paisaje que conforman ahora las indomables sillas y mesas de aquel pequeño café alemán de posguerra nada hace pensar en un juego de niños. Pina levanta conellas un paisaje umbroso, desolado e inquietante, que habla de la incomunicabilidad y la imposibilidad de amar en un mundo sin esperanza, con la muerte como único horizonte posible. La pesadilla del abandono, el fracaso, el dolor de no ser amado. Aunque nada más doloroso que la imagen de esa figura frágil, esquelética, la propia Pina, enmudecida y ciega, vestida con un camisón blanco que le llegaa los pies, los brazos implorantes, el paso quebrado, de una indecisión angustiosa, como sobre cristales rotos, cuando no presa, dando vueltas y vueltas, en una endemoniada puerta giratoria.
Casi veinte años después, en 1995, Dominique Fretard publica en «Le Monde», un apasionante artículo, Pina Bausch, l'exorciste, en el que analiza la creación de la coreógrafa desde el punto de vista de «la...
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