locugra47

Páginas: 231 (57597 palabras) Publicado: 23 de agosto de 2015
Digitalizado y corregido por JuanAlqui.

Agatha Christie - Los Cuatro Grandes.

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Agatha Christie - Los Cuatro Grandes.

AGATHA CHRISTIE

LOS CUATRO GRANDES
(The Big Four)

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Agatha Christie - Los Cuatro Grandes.

AGATHA CHRISTIE
LOS CUATRO GRANDES

Títulos originales y traducciones:
The Big Four(Traducción: DIORKI, traductores)

© 1933 by Agatha Christie

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Agatha Christie - Los Cuatro Grandes.

CAPITULO UNO
UN HUÉSPED INESPERADO

Sé de personas a las que les gusta la travesía del Canal de la Mancha; hombres
que se sientan plácidamente en sus sillas de cubierta y, a la llegada, esperan el amarre
del barco; sinponerse nerviosos, recogen luego sus pertenencias y desembarcan. Yo
nunca he logrado comportarme así. Desde el momento en que subo a bordo tengo la
sensación de que el tiempo es demasiado corto para hacer nada concreto. Traslado mis
maletas de un sitio a otro, y si bajo al salón para tomar algo, me trago la comida con la
molesta sensación de que el barco puede llegar a puerto inesperadamente mientrasestoy abajo. Quizá todo esto sea una simple herencia de los cortos permisos que le
daban a uno durante la guerra, cuando parecía muy importante conseguir un lugar cerca
de la pasarela y hallarse entre los primeros en desembarcar para no desperdiciar unos
cuantos y preciosos minutos del permiso de tres o cinco días.
Aquella mañana de julio a la que me estoy refiriendo, mientras permanecía de piejunto a la barandilla y observaba cómo se acercaban los blancos acantilados de Dover,
sentí verdadera admiración por los pasajeros que eran capaces de estar sentados con
calma en sus sillas y ni siquiera levantaban los ojos para echar un primer vistazo a su
país natal. Es posible que su caso fuera distinto del mío. Probablemente muchos de ellos
sólo habían cruzado el canal para pasar el fin desemana en París, mientras que yo había
permanecido los últimos dieciocho meses de mi vida en un rancho en la Argentina. Las
cosas se me habían dado bien y tanto mi esposa como yo habíamos disfrutado de la vida
libre y fácil de Sudamérica. Sin embargo, se me hizo un nudo en la garganta al
contemplar como nos íbamos aproximando cada vez más a aquella costa familiar.
Tras desembarcar en Francia dos díasantes, había realizado unas gestiones
indispensables en ese país. Y ahora me hallaba camino de Londres, donde me proponía
pasar unos meses, el tiempo necesario para visitar a unos viejos amigos y sobre todo a
uno en particular: un hombrecillo con cabeza en forma de huevo y ojos verdes. ¡Hércules
Poirot!
Me proponía darle una sorpresa. En mi última carta desde la Argentina no había
hecho menciónalguna a mi deseado viaje: mi decisión había sido tomada
precipitadamente como consecuencia de ciertas complicaciones comerciales. Y me había
entretenido imaginándome su alegría y sorpresa al contemplarme.
Yo sabía que no era probable que se hallase lejos de su cuartel general. Ya había
quedado atrás la época en que sus casos le llevaban de un extremo a otro de Inglaterra.
Su fama se había extendidoy en adelante no permitiría que un caso absorbiera todo su
tiempo. A medida que pasaban los años, estaba cada vez más convencido de que lo
suyo era ser considerado como un «detective asesor» tan especializado como pueda
serlo un médico de Harley Street. Siempre se había burlado de la muy extendida idea del
sabueso humano que se disfrazaba admirablemente para seguir la pista de los criminales
y quese detiene ante cada huella para medirla.
—No, amigo Hastings —me decía—, eso se lo dejaremos a Giraud y a sus amigos.
Hércules Poirot tiene métodos propios. Orden y método y «las celulitas grises». Sentados
cómodamente en nuestros sillones vemos las cosas que otros pasan por alto y no
sacamos conclusiones precipitadas, como el benemérito Japp.
Así pues, no era de temer que Hércules Poirot se...
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