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Páginas: 6 (1356 palabras) Publicado: 3 de enero de 2013
En calidad de turista en viaje de recreo y descanso, llegó a estas tierras de México Mr. E. L. Winthrop.Abandonó las conocidas y trilladas rutas anunciadas y recomendadas a los visitantes extranjeros por las agencias deturismo y se aventuró a conocer otras regiones.Como hacen tantos otros viajeros, a los pocos días de permanencia en estos rumbos ya tenía bien forjada su opinión y, ensu concepto,este extraño país salvaje no había sido todavía bien explorado, misión gloriosa sobre la tierra reservada a gentecomo él.Y así llegó un día a un pueblecito del estado de Oaxaca. Caminando por la polvorienta calle principal en que nada se sabíaacerca de pavimentos y drenaje y en que las gentes se alumbraban con velas y ocotes, se encontró con un indio sentado encuclillas a la entrada de sujacal.El indio estaba ocupado haciendo canastitas de paja y otras fibras recogidas en los campos tropicales que rodean el pueblo.El material que empleaba no sólo estaba bien preparado, sino ricamente coloreado con tintes que el artesano extraía dediversas plantas e insectos por procedimientos conocidos únicamente por los miembros de su familia.El producto de esta pequeña industria no le bastaba parasostenerse. En realidad vivía de lo que cosechaba en su milpita:tres y media hectáreas de suelo no muy fértil, cuyos rendimientos se obtenían después de mucho sudor, trabajo yconstantes preocupaciones sobre la oportunidad de las lluvias y los rayos solares. Hacía canastas cuando terminaba suquehacer en la milpa, para aumentar sus pequeños ingresos.Era un humilde campesino, pero la belleza de suscanastitas ponían de manifiesto las dotes artísticas que poseen casi todosestos indios. En cada una se admiraban los más bellos diseños de flores, mariposas, pájaros, ardillas, antílopes, tigres y unaveintena más de animales habitantes de la selva. Lo admirable era que aquella sinfonía de colores no estaba pintada sobrela canasta, era parte de ella, pues las fibras teñidas de diferentes tonalidadesestaban entretejidas tan hábil yartísticamente, que los dibujos podían admirarse igual en el interior que en el exterior de la cesta. Y aquellos adornos eranproducidos sin consultar ni seguir previamente dibujo alguno. Iban apareciendo de su imaginación como por arte de magia,y mientras la pieza no estuviera acabada nadie podía saber cómo quedaría.Una vez terminadas, servían para guardar lacostura, como centros de mesa, o bien para poner pequeños objetos y evitarque se extraviaran. Algunas señoras las convertían en alhajeros o las llenaban con flores.Se podían utilizar de cien maneras.Al tener listas unas dos docenas de ellas, el indio las llevaba al pueblo los sábados, que eran días de tianguis. Se ponía encamino a medianoche. Era dueño de un burro, pero si éste se extraviaba en elcampo, cosa frecuente, se veía obligado amarchar a pie durante todo el camino. Ya en el mercado, había de pagar un tostón de impuesto para tener derecho avender.Cada canasta representaba para él alrededor de quince o veinte horas de trabajo constante, sin incluir el tiempo queempleaba para recoger el bejuco y las otras fibras, prepararlas, extraer los colorantes y teñirlas.El precio que pedía porellas era ochenta centavos, equivalente más o menos a diez centavos moneda americana. Peroraramente ocurría que el comprador pagara los ochenta centavos, o sea los seis reales y medio como el indio decía. Elcomprador en ciernes regateaba, diciendo al indio que era un pecado pedir tanto. “¡Pero si no es más que petate que puedecogerse a montones en el campo sin comprarlo!, y, además, ¿para quésirve esa chachara?, deberás quedar agradecido si tedoy treinta centavos por ella. Bueno, seré generoso y te daré cuarenta, pero ni un centavo más. Tómalos o déjalos.”Así, pues, en final de cuentas tenía que venderla por cuarenta centavos. Mas a la hora de pagar, el cliente decía: “VálgameDios, si sólo tengo treinta centavos sueltos. ¿Qué hacemos? ¿Tienes cambio de un billete de cincuenta pesos? Si...
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