lorthemar-theron
Por
Sarah Pine
La superficie del escritorio de Lor'themar ya no se veía bajo la gran cantidad de papeles apilados en
ella. Informes, misivas, órdenes e inventarios mantenía un precario equilibrio en pilas diversas que
hacía tiempo que había dejado de organizar. Todos los papeles estaban relacionados con la breve pero
brutal guerra por Quel'Danas y La Fuente del Sol.En ese momento, no tenía presente ninguno de ellos.
En la mano sostenía un sobre sin abrir. Había un gran ojo estampado en su sello de cera violeta,
el símbolo de Dalaran. Parecía mirarlo con aire acusatorio, y recordarle todas las otras cartas similares
que había recibido y tirado. Rompió el sello y sacó el pergamino cuidadosamente doblado que había en
el interior del sobre. Reconoció laescritura pulcra y ordenada que adornaba la página.
Últimamente, el archimago Aethas Atracasol había solicitado numerosas audiencias con el
Señor regente, pero Lor'themar le había ignorado deliberadamente. Desde los sucesos de Quel'Danas
había intentado olvidarse desesperadamente del resto del mundo, pero se dio cuenta de que, al final, el
mundo acabaría plantándose ante él.
Lor'themar suspiró yse echó hacia atrás en su silla. Esta carta era mucho más breve que las
anteriores. Esta vez, Aethas no preguntaba, sino que anunciaba la fecha y hora de su llegada.
Lor'themar pasó el dedo por el áspero borde del papel. Sabía de sobra lo que Aethas iba a proponer y
aún no tenía claro cómo quería responder.
*
*
*
Lor'themar seguía sin estar convencido de sus pensamientos cuando llegóel día en que se
esperaba la venida de Aethas. Mientras atravesaba la Aguja Furia del Sol hasta el vestíbulo frontal en el
que aparecería el archimago, Halduron lo interceptó y le ofreció un pequeño fardo de suave lana de
color escarlata. Lor'themar lo cogió y lo sostuvo mientras lo observaba, y descubrió un fénix dorado
real: el tabardo de la Ciudad de Lunargenta.
―No ―dijo bruscamentemientras devolvía la prenda a su amigo con un ademán.
―Debes llevarlo ―presionó Halduron.
―¿Qué más da? ―respondió mientras avanzaba―. Todo el que está al servicio de Lunargenta
debe llevarlo.
―Es un símbolo de estado ―gritó Halduron tras él―. Eres el jefe de estado. Guarda las
apariencias.
―Soy el Señor regente ―dijo Lor'themar mientras se alejaba―. No el rey.
―No se trata de eso, Lor'themar.Pareces un errante.
Lor'themar se detuvo en seco.
―Soy un errante ―replicó de forma aún más tajante de lo que pretendía.
―Eras un errante ―suspiró Halduron―. Y ya no puedes volver a serlo, Lor'themar. Eso lo
sabemos con certeza a estas alturas.
Lor'themar inclinó la cabeza y respiró profundamente.
―Llegaremos tarde, Halduron.
Siguió caminando y, tras un momento de pausa, escuchó cómo leseguían las pisadas de
Halduron en el suelo.
Rommath ya los esperaba en el vestíbulo, con su peso apoyado en el bastón y la mirada perdida
en el muro más lejano. Miró a Lor'themar y Halduron mientras entraban y un retazo de desaprobación
apareció momentáneamente en su cara, pero se volvió sin hablar. Antaño habría desaprobado la
elección de Lor'themar de aparecer como forestal de forma aúnmás enérgica que Halduron, pero ya no.
A pesar de haber sido un gran problema para él, Lor'themar ya solo sentía lástima por el mago. La
traición final de Kael'thas se había cobrado su mayor precio en su más leal partidario.
El aire entre ellos resplandeció con un brillo violeta, la marca inconfundible de la magia Arcana.
Un momento después, un destello de luz blanca azulada iluminó la sala yAethas se materializó frente a
ellos. Se puso firme, sacudiéndose la túnica, y a Lor'themar no le pasó desapercibido lo ridículo de su
aspecto. El elegante tejido mágico de un tono púrpura profundo del Kirin Tor contrastaba horriblemente
con su pelo cobrizo, y no tenía la caída adecuada para su fina figura. De sus cartas y de rumores de
terceros, Lor'themar asumió que Aethas era idealista y...
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