Los Actos

Asistía a la proyección - una vez más, se me dirá - de aquellos primeros films fotografiados por los operadores de Edison y de Lumiere hacia fines del siglo pasado y
comienzos del actual. Me causasiempre extrañeza volver a contemplar esos fantasmas, tan concretos, tan movedizos. Como una ventana, el cine se abre al mundo. Los hacedores de esas primitivas bandas animadas colocaban generalmentesus cámaras de manera tal que la realidad pudiera desfilar ante el objetivo;muchos de estos films son, en verdad, meros desfiles: negros en una calle del Sur de los Estados Unidos, obreros en algúnpaís centroeuropeo, vietnamitas en los campos de Saigón. Tan sólo un breve instante de la vida de esos seres ha sido captado por el imprevisible aparato; fueron sorprendidos en su temporalidad y esa marca-aunque fugaz- es irrefutable: nos es imposible negarles existencia a pesar de saber que ellos ya no son. Esto me parece un poco escandaloso. Un film mostraba el movimiento de una avenida en algunaciudad europea. Podría tratarse de Viena, de Munich o de París. Se veían tranvías tirados por caballos, carruajes que atravesaban el campo de la cámara en uno y otro sentido y gran cantidad de hombresy mujeres recorriendo la avenida en todas las direcciones posibles. Más allá de una hilera de altos y robustos árboles se divisaba una plaza, también muy concurrida. Algunos curiosos miraban o seacercaban a la cámara. Mi vista seguía la figura de un hombre que cruzaba la calle, al fondo y a derecha de cuadro. El hombre vestía correcta pero humildemente, llevaba un maletín en su mano izquierda;tal vez fuera un oficinista o, con mayor probabilidad, un pequeño artesano. Caminaba con tranquilidad, como si acabara de salir de su trabajo y regresara lentamente hacia su casa, o como si procuraraaprovechar un inesperado tiempo libre, ¡quién sabe para qué! Ignoraba por completo el ojo de la cámara; jamás hubiese podido sospechar que por intermedio de una de esas rudas máquinas, alguien, casi...