Los adioses
LOS ADIOSES
BOCAMAR
EDICIONES PIRATAS
Primera edición en
Bocamar: 2012.
Tomado de un
archivo digital,
corregido y formado.
©De la edición:
Bocamar Ediciones
Piratas.
©Del texto:
Herederos de
Onetti.
Editado en México.
Para su composición
se usó el Baskerville
Old Face.
A Idea Vilariño
Q
uisiera no haber visto del hombre, la primera vez queentró
en el almacén, nada más que las manos; lentas, intimidadas y
torpes, moviéndose sin fe, largas y todavía sin tostar,
disculpándose por su actuación desinteresada. Hizo algunas
preguntas y tomó una botella de cerveza, de pie en el extremo más
sombrío del mostrador, vuelta la cara —sobre un fondo de alpargatas, el
almanaque, embutidos blanqueados por los años— hacia afuera, hacia
elsol del atardecer y la altura violeta de la sierra, mientras esperaba el
ómnibus que lo llevaría a los portones del hotel viejo.
Quisiera no haberle visto más que las manos, me hubiera bastado
verlas cuando le di el cambio de los cien pesos y los dedos apretaron
los billetes, trataron de acomodarlos y, en seguida, resolviéndose,
hicieron una pelota achatada y la escondieron con pudor en unbolsillo
del saco; me hubieran bastado aquellos movimientos sobre la madera
llena de tajos rellenados con grasa y mugre para saber que no iba a
curarse, que no conocía nada de donde sacar voluntad para curarse.
7 JUAN CARLOS ONETTI
En general, me basta verlos y no recuerdo haberme equivocado;
siempre hice mis profecías antes de enterarme de la opinión de Castro
o de Gunz, los médicos queviven en el pueblo, sin otro dato, sin
necesitar nada más que verlos llegar al almacén con sus valijas, con sus
porciones diversas de vergüenza y de esperanza, de disimulo y de reto.
El enfermero sabe que no me equivoco; cuando viene a comer o a
jugar a los naipes me hace siempre preguntas sobre las caras nuevas, se
burla conmigo de Castro y de Gunz. Tal vez sólo me adule, tal vez me
respeteporque hace quince años que vivo aquí y doce que me arreglo
con tres cuartos de pulmón; no puedo decir por qué acierto, pero sé
que no es por eso. Los miro, nada más a veces los escucho; el
enfermero no lo entendería, quizás yo tampoco lo entienda del todo:
adivino qué importancia tiene lo que dijeron, qué importancia tiene lo
que vinieron a buscar, y comparo una con otra.
Cuando éste llegóen el ómnibus de la ciudad, el enfermero estaba
comiendo en una mesa junto a la reja de la ventana; sentí que me
buscaba con los ojos para descubrir mi diagnóstico. El hombre entró
con una valija y un impermeable; alto, los hombros anchos y
encogidos, saludando sin sonreír porque su sonrisa no iba a ser creída y
se había hecho inútil o contraproducente desde mucho tiempo atrás,
desde añosantes de estar enfermo. Lo volví a mirar mientras tomaba la
cerveza, vuelto hacia el camino y la sierra; y observé sus manos cuando
manejó los billetes en el mostrador, debajo de mi cara. Pero no pagó al
irse, sino que se interrumpió y vino desde el rincón, lento, enemigo sin
orgullo de la piedad, incrédulo, para pagarme y guardar sus billetes con
aquellos dedos jóvenes envarados por laimposibilidad de sujetar las
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cosas. Volvió a la cerveza y a la calculada posición dirigida hacia el
camino, para no ver nada, no queriendo otra cosa que no estar con
nosotros, como si los hombres en mangas de camisa, casi inmóviles en
la penumbra del declinante día de primavera, constituyéramos un
símbolo más claro, menos eludible que la sierra que empezaba a
mezclarse con elcolor del cielo.
—Incrédulo —le hubiera dicho al enfermero si el enfermero fuera
capaz de comprender—. Incrédulo —me estuve repitiendo aquella
noche, a solas. Esto es; exactamente incrédulo, de una incredulidad
que ha ido segregando él mismo, por la atroz resolución de no
mentirse. Y dentro de la incredulidad, una desesperación contenida sin
esfuerzo, limitada, espontáneamente, con pureza, a...
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