Los ejercitos Evelio Rosero
viven morosa y modestamente en el pueblo de San
José desde hace cuatro decenios. A Ismael le gusta
espiar a la mujer de su vecino, y Otilia suele
reconvenirlo, avergonzada. Hasta que el ambiente
idílico del pueblo se enrarece. Las desapariciones de
algunos familiares extienden el miedo entre los
habitantes de San José y parecen preludiarsucesos
aún más graves. Una mañana, tras volver de un paseo,
Ismael se entera de que unos soldados de no sabe qué
ejército se han llevado a sus vecinos. Le cuentan
también que su mujer lo ha estado buscando e intenta
dar con ella en vano… Los ataques continúan y, cuando
los acontecimientos se precipitan y se desata la
violencia, los supervivientes deciden huir antes de que
sea tarde. PeroIsmael opta por quedarse en el pueblo
devastado. Una decisión que le revelará un destino
oscuro e imprevisible.
Título original: Los ejércitos
Evelio Rosero, 2007
Editor digital: Ariblack
ePub base r1.0
A Sandra Páez
¿No habrá ningún peligro en
parodiar a un muerto?
MOLIÈRE
Y era así: en casa del brasilero las
guacamayas reían todo el tiempo; yo las
oía, desde el muro del huerto de mi
casa,subido en la escalera, recogiendo
mis naranjas, arrojándolas al gran cesto
de palma; de vez en cuando sentía a las
espaldas que los tres gatos me
observaban trepados cada uno en los
almendros, ¿qué me decían?, nada, sin
entenderlos. Más atrás mi mujer daba de
comer a los peces en el estanque: así
envejecíamos, ella y yo, los peces y los
gatos, pero mi mujer y los peces, ¿qué
me decían? Nada, sinentenderlos.
El sol empezaba.
La mujer del brasilero, la esbelta
Geraldina, buscaba el calor en su
terraza,
completamente
desnuda,
tumbada bocabajo en la roja colcha
floreada. A su lado, a la sombra
refrescante de una ceiba, las manos
enormes del brasilero merodeaban
sabias por su guitarra, y su voz se
elevaba, plácida y persistente, entre la
risa dulce de las guacamayas; así
avanzaban las horas ensu terraza, de sol
y de música.
En la cocina, la bella cocinerita —la
llamaban «la Gracielita»— lavaba los
platos, trepada en un butaco amarillo.
Yo lograba verla a través de la ventana
sin vidrio de la cocina, que daba al
jardín. Mecía sin saberlo su trasero, al
tiempo que fregaba: detrás de la escueta
falda blanquísima se zarandeaba cada
rincón de su cuerpo, al ritmo frenético y
concienzudo dela tarea: platos y tazas
llameaban en sus manos trigueñas: de
vez en cuando un cuchillo dentado
asomaba, luminoso y feliz, pero en todo
caso como ensangrentado. También yo
padecía, aparte de padecerla a ella, ese
cuchillo como ensangrentado. El hijo del
brasilero, Eusebito, la contemplaba a
hurtadillas, y yo lo contemplaba
contemplándola, él arrojado debajo de
una mesa repleta de pinas, ellahundida
en la inocencia profunda, poseída de
ella misma, sin saberlo. A él, pálido y
temblando
—eran los
primeros
misterios que descubría—, lo fascinaba
y atormentaba el tierno calzón blanco
escabullándose
entre
las
nalgas
generosas; yo no lograba entreverlas
desde mi distancia, pero lo que era más:
las imaginaba. Ella tenía su misma edad,
doce años. Ella era casi rolliza y, sin
embargo, espigada,con destellos
rosados en las tostadas mejillas, negros
los crespos cabellos, igual que los ojos:
en su pecho los dos frutos breves y
duros se erguían como a la búsqueda de
más sol. Tempranamente huérfana, sus
padres habían muerto cuando ocurrió el
último ataque a nuestro pueblo de no se
sabe todavía qué ejército —si los
paramilitares, si la guerrilla: un cilindro
de dinamita estalló en mitad dela
iglesia, a la hora de la Elevación, con
medio pueblo dentro; era la primera
misa de un Jueves Santo y hubo catorce
muertos y sesenta y cuatro heridos—: La
niña se salvó de milagro: se encontraba
vendiendo muñequitos de azúcar en la
escuela; por recomendación del padre
Albornoz vivía y trabajaba desde
entonces en casa del brasilero —de eso
hará dos años—. Muy bien enseñada por
Geraldina,...
Regístrate para leer el documento completo.